Virtud de la templanza en María




Virtud de la templanza en María




Mensaje, 2 de junio de 2017

“Queridos hijos, como en otros lugares donde he venido, también aquí os llamo a la oración. Orad por aquellos que no conocen a mi Hijo, por aquellos que no han conocido el amor de Dios; contra el pecado; por los consagrados: por aquellos que mi Hijo ha llamado a tener amor y espíritu de fortaleza para vosotros y para la Iglesia. Orad a mi Hijo, y el amor que experimentáis por Su cercanía, os dará fuerza y os dispondrá para las obras de amor que vosotros haréis en su Nombre. Hijos míos, estad preparados: ¡este tiempo es un momento crucial! Por eso yo os llamo nuevamente a la fe y a la esperanza. Os muestro el camino a seguir: el de las palabras del Evangelio. Apóstoles de mi amor, el mundo tiene mucha necesidad de vuestras manos alzadas al Cielo, hacia mi Hijo y hacia el Padre Celestial. Es necesaria mucha humildad y pureza de corazón. Confiad en mi Hijo y sabed vosotros que siempre podéis ser mejores. Mi Corazón materno desea que vosotros, apóstoles de mi amor, seáis pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar: que con vuestra oración y amor mostréis el camino correcto, y salvéis almas. Yo estoy con vosotros. ¡Os doy las gracias!”




Es una virtud cardinal, que consiste en moderar los apetitos de los sentidos, sujetándolos a la razón. Esta, implica un sin número de virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre, lo cual nos lleva a imitar a Jesús. Esta virtud, nos hace personas libres y felices, a poseer la mansedumbre que ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad, el conocimiento de las propias debilidades, el hacer sacrificios y mortificaciones por Dios y los demás, y poseer carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar por sus emociones, deseos o pasiones . La persona que pose esta virtud, refleja paz hacia los demás. La templanza es un fruto y atributo esencial en el crecimiento espiritual (Prov. 16:32).

La templanza es una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida del cristiano. La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos. La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie, donde la virtud de la templanza regula el deleite de moto que sea solo en cuanto facilite la busqueda del fin, y no abadone la condición de medio, e instrumento, de manera que en la obstención del bien sea constituido el mismo en la causa de la satisfacción y no el instrumento del placer.

Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida cristiana o simplemente humana.

Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de los justos límites, la templanza infusa inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida la vida pasional.

La templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.

Pero en María no existía ni desorden  ni disonancia; no habiendo en Ella huella de iniquidad ni heridas de pecado, en virtud de la Maternidad  para la que fue llamada por la Divina Providencia, desde su concepción inmaculada, solo podía crecer en adhesión, conocimiento y colaboración      amorosa con el plan del Divino Redentor. porque sin remurmurar los apetitos y sin adelantarse a la razón, Ella dejaban obrar a todas las virtudes con tanta armonía y concierto que, se fortalecía la unión de su Materno Corazón al Corazón de su Divino Hijo y Señor. Como no había desmanes de los apetitos que reprimir, de tal manera ejercitaba las operaciones de la templanza, que no pudo caer en su mente especies ni memoria de movimiento desordenado; antes bien imitando a las Divinas perfecciones eran sus operaciones como originadas y deducidas de aquel supremo ejemplo, y se dirigían a Él,  como a única regla de su perfección y como fin último de toda su existencia.

 La abstinencia y sobriedad de María Santísima fue admiración de los Ángeles; porque siendo Reina de todo lo criado y padeciendo las naturales pasiones de hambre y sed, no apeteció jamás los manjares que a su poder y grandeza pudieran corresponder, ni usaba de la comida por el gusto mas por sola necesidad; y ésta satisfacía con tal templanza, que ni excedía ni pudo exceder sobre lo ajustado para el sustento de la vida; y que por unión profunda al desinio eterno del sacrificio redentor y  al padecimiento de los justos y desamparados, por su condición de Esclava del Señor y Madre de la Iglesia, abrazaba el sacrificio cotidiano, el padecer por Cristo,  el dolor del hambre y la sed, y dejando que la moción de la gracia diera lo necesario para que no recibiera daño o alteración para el ejercicio de su deber maternal.
 De la Pureza Virginal y Pudor de la Virgen de las vírgenes no pueden hablar dignamente los supremos Serafines; pues en esta virtud, que en ellos es natural, fueron inferiores a su Reina y Señora; pues con el privilegio de la gracia y poder del Altísimo estuvo María Santísima más libre de la inmunidad del vicio contrario que los mismos Ángeles, a quienes por su naturaleza no puede tocarles. 
De su clemencia y mansedumbre dijo Salomón que la ley de la clemencia estaba en su lengua (Prov., 31, 26); porque nunca se movió que no fuese para distribuir la gracia que en sus labios estaba derramaba (Sal., 44, 3). La mansedumbre gobierna la ira y la clemencia modera el castigo. No tuvo ira que moderar nuestra dulce Madre y Reina.
Todas sus reprensiones fueron más rogando, amonestando y enseñando, que castigando; y esto pidió ella al Señor, y su Providencia lo dispuso así, para que en esta sobreexcelsa Reina estuviese la ley de la clemencia (Prov., 31, 26) como en original y en depósito, de quien Su Majestad se sirviese, y los mortales deprendiesen esta virtud con las demás.
 Y en las otras virtudes que contiene la modestia, especialmente en la humildad, y en la austeridad o pobreza de María Santísima, para decir algo dignamente serían necesarios muchos libros y lenguas de Ángeles. 
  Madre del mismo Dios, se humilló al más inferior lugar de todo lo criado. Y la que gozando de la mayor excelencia de todas las obras de Dios en pura criatura, no le quedaba otra superior en ellas a que levantarse, se humilló juzgándose por no digna de la menor estimación, ni excelencia, ni honra que se le pudiera dar a la mínima de todas las criaturas racionales.
Lo admirable es que se humille más que todas juntas las criaturas aquella que, debiéndosele toda la majestad y excelencia, no la apeteció ni buscó; pero estando en forma de digna Madre de Dios, se aniquiló en su estimación, mereciendo con esta humildad ser levantada como de justicia al dominio y señorío de todo lo criado. (María de Agreda)




"Dios, Padre nuestro, en nombre de Tu Hijo Jesús, junto con María, Tu humilde sierva, la Reina de la Paz, queremos darte gracias por el amor que nos tienes. Queremos, sin embargo, pedirte ahora que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón, a fin de que podamos responder al llamado de María Santísima a la oración y que, en la oración, podamos abrirnos a Ti. Danos la gracia de poder reconocer de manera especial Tu amor por nosotros a través de las apariciones de María. Que a lo largo de toda nuestra vida podamos responder a Tu amor por nosotros. También Te pedimos por nuestras familias, llena los corazones de todas las madres y de todos los padres de familia, así como los de sus hijos, para que puedan renovar la oración y reconozcan Tu amor por ellos en la Sagrada Escritura. Que, como familias, puedan responder también al amor que Tú les tienes. Haz que entendamos Tu palabra y Tu amor y que ésta llegue a ser para nosotros la luz y la verdad. Danos a todos un nuevo corazón que sea semejante al corazón de María, para que también nosotros guardemos y reflexionemos activamente en Tu palabras. Te pedimos por todos los que sufren en este momento y que por ese motivo, pudiera dudar de Tu amor. Haz que el Espíritu Santo los ilumine y los conduzca a Ti, nuestro Padre bueno. En nombre de Tu Hijo Jesús y por intercesión de María Reina de la Paz, llévanos a todos al camino de la salvación, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén."     (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, Enero 29, 1999)





Virtud de la fortaleza en María





Virtud de la fortaleza en María




Mensaje, 25 de junio de 1999

“¡Queridos hijos! Hoy les agradezco porque viven y testimonian con su vida mis mensajes. Hijitos, sean fuertes y oren para que la oración les de fuerza y gozo. Sólo así cada uno de ustedes será mío y yo lo guiaré por el camino de la salvación. Hijitos, oren y testimonien con su vida mi presencia aquí. Que cada día sea para ustedes un testimonio gozoso del amor de Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”



"La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)." (CEC 1808)

 Las virtudes morales infundidas por Dios son necesarias para obtener la plenitud de la felicidad en la bienaventuranza. Por esto éstas difieren no simplemente en el grado de perfección sino sobre todo por la especie, de las virtudes morales adquiridas. La diferencia respecto al tipo de virtud (specie) deriva del tipo distinto de bienes a los cuales estas virtudes están ordenadas.  

Las virtudes morales infusas confieren a nuestros actos proporcionalidad con nuestra condición de hijos de Dios, y con nuestro fin sobrenatural, concediendo la capacidad de responder heroicamente a las exigencias de la llamada a la santidad. Esta diferencia entre los bienes humanos y el Sumo Bien, como fin y motivación de las virtudes humanas y sobrenaturales, establece gran diferencia en la conducta. 

La fortaleza, como todas las virtudes, está ordenada a la humanización de los apetitos sensitivos, es decir, a volver los apetitos con-formes con el bien racional. El valor, en particular, nos impide ser abatidos irracionalmente por las dificultades.  

En la perspectiva cristiana, la virtud de la fortaleza se dirige, principalmente, al «temor a las cosas difíciles, capaces de retraer a la voluntad de seguir a la razón». El cristiano, dice san Agustín, «ama a Dios con un corazón indiviso, al que ningún mal puede hacer vacilar».

La persona fuerte, como ocurre con toda verdadera práctica de la virtud moral, debe contar con la verdadera prudencia, a fin de comprender el desarrollo propio de la acción valerosa. Puesto que la prudencia cristiana actúa en todas las virtudes que rigen la conducta, la fortaleza no imita la audacia del soldado.  

La virtud de la fortaleza domina nuestros miedos,  en cuanto frena el impulso a abandonar las acciones dirigidas a la búsqueda del bien frente a los obstáculos. 

Escribe santo Tomás: «La fortaleza sirve para comportarse bien en todas las adversidades. Pero un hombre no es calificado de fuerte, en sentido absoluto, porque soporta cualquier adversidad, sino sólo porque soporta los males más graves»

La virtud de la fortaleza se especifica por sus actos, de los cuales el más grande es el de saber resistir, siendo el sufrir por causa de la fe en Cristo el testimonio más grande de fortaleza que tiene su culmen en el martirio.

«…el dolor de la Virgen fue el más extenso, porque abrazó toda su vida; el más profundo, porque procedía del más profundo de todos los amores: el amor hacia su Hijo, que era a la vez su Dios, y el más amargo porque no hay tormento ni amargura que se pueda comparar al martirio que sufrió María al pie de la cruz»[9].

Toda la vida de la B.V. María se vio caracterizada por este testimonio de fe, la huida a Egipto, la escucha de los que atentaban contra Jesús mientras el desarrollaba su ministerio público, hasta el contemplarlo al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25) “Mientras los discípulos huyeron ella se mantenía firme delante de la cruz, con ojos llenos de afecto contemplaba las heridas del Hijo, pues buscaba no la muerte del Hijo, sino la salvación del mundo…”


"Dios, Padre nuestro, ...deseamos agradecerte muy conscientemente por Tu amor y por enviarnos a María que nos acompaña diariamente y que desea llevarnos por el camino de la salvación. Te damos gracias, querido Padre, por Tu amor infinito y porque en vez de rechazarnos por nuestros pecados nos has acercado más a Tu Corazón. Con María y en nombre de Tu Hijo, Jesucristo, Te pedimos, oh Padre, que nos des Tu Espíritu de fortaleza a fin de que, con Tu gracia, podamos luchar contra todo pecado y los malos hábitos. Que salgamos triunfantes, que incansablemente luchemos contra todo lo que es negativo e incansablemente nos empeñemos por todo lo bueno que, nos rodea. Danos la fortaleza de Tu Espíritu para ser capaces de dar testimonio de Tu amor ante cualquier situación. Padre, Te damos gracias por todas esas personas que, por la fe y la confianza en Ti, han emprendido el camino de la paz. Te damos gracias por todos aquellos que han recibido de Ti el gozo y la fortaleza en el Sacramento de la Reconciliación y en la Eucaristía, convirtiéndose por tanto en testigos de Tu amor. Líbralos de cualquier tentación y hazlos descubrir que Tú puedes transformarlo todo para bien..."  (Fray Slavko, Medjugorje, Junio 28, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero








 

Virtud de la justicia en María

 



Virtud de la justicia en María



Mensaje, 25 de marzo de 1998


“¡Queridos hijos! También hoy los llamo al ayuno y a la renuncia. Hijitos, renuncien a lo que les impide estar cerca de Jesús. De manera especial los llamo: Oren, ya que únicamente con la oración podrán vencer vuestra voluntad y descubrir la voluntad de Dios aun en las cosas más pequeñas. Con vuestra vida cotidiana, hijitos, ustedes llegarán a ser ejemplo y testimoniarán si viven para Jesús o en contra de El y de Su voluntad. Hijitos, deseo que lleguen a ser apóstoles del amor. Amando, hijitos, se reconocerá que son míos. Gracias por haber respondido a mi llamado!”



 Según la definición ordinaria dada por santo Tomás de Aquino,  es la justicia "la voluntad firme y constante de dar a cada cual lo suyo". Dar a cada uno lo suyo y darle lo justo es lo mismo. El ámbito del derecho y el de la justicia se identifican S3. Por "derecho" entiende santo Tomás lo debido estrictamente dentro de los términos de la igualdad, y de la igualdad proporcional 54. "Dar a cada uno lo suyo" no significa dar a todos lo mismo. La igualdad debe ser proporcional, esto es, correspondiente a la dignidad y derechos de cada uno. Sólo cuando todos son iguales tienen derecho a lo mismo, pues si hay diferencia, la medida de los derechos respectivos es también diferente. En la vida moral se corresponden poderes y deberes, talentos y responsabilidades, derechos y obligaciones. La diversidad de dones y deberes, de derechos y obligaciones correspondientes la expresó san Pablo en la viviente imagen del cuerpo humano, dotado de diversos miembros y funciones.

El concepto de justicia en su sentido estricto se realiza con toda claridad donde se exige la perfecta igualdad; es el caso exclusivo de la justicia conmutativa, en la que se exige un valor exactamente correspondiente entre lo que se da y se recibe.

Lo que es común a toda justicia tomada estrictamente es el regular no tanto la armonía de los corazones — ese oficio le corresponde al amor —, cuanto la armonía de los actos exteriores, o sea el orden de las cosas y de los bienes. Pero la justicia en sentido bíblico, que vive del amor gratuito de Dios, se mide siempre por el patrón del amor y da siempre más de lo que es estrictamente debido. Ella es amor.


La perfección evangélica supone el cumplimiento cabal de la justicia, pero la desborda.

1.° El cristiano debe cumplir con lo exigido por la justicia con espíritu de caridad; lo que no quiere decir que haya de figurarse cumplir con un acto de caridad especial por cumplir amorosamente con una obligación de justicia.

2.° La caridad no se preocupa por saber cuáles son los límites estrictos a que obliga el derecho ajeno, sino que mira sólo a la necesidad del prójimo.

Presta incluso su ayuda a quien perdió el derecho a ella, a ejemplo de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, y que nos ofrece los dones de su gracia aun cuando por nuestras culpas los henos malbaratado.

3.° La caridad está siempre pronta a renunciar a sus propios derechos en provecho del prójimo, suponiendo que se trate de derechos a los que se puede renunciar sin daño del prójimo o de la propia alma (Cf. sermón de la montaña, Mat 5, 38-42).

El intento de subordinar la virtud (le la religión a la virtud cardinal de la justicia es legítimo cuando por esta virtud no se entiende única y principalmente la justicia humana entre los hombres ni la regulación de los simples bienes materiales. Es contrario al pensamiento bíblico considerar la religión como un simple apéndice o prolongación de la justicia. que regula las relaciones de los hombres entre sí.

En la revelación, la idea de la justicia es más bien la de la justicia de Dios que se muestra, ya en sus sentencias de condenación, ya en su indulgencia. La obra más maravillosa de la justicia divina es la justificación del pecador. Ya los profetas proclaman que por su justicia, Dios salva y redime. La revelación más tremenda y feliz de la justicia divina es la muerte redentora de Cristo en la cruz, la cual funda la esperanza del injusto, del pecador, en la justicia salvadora de Dios.

Bíblicamente hablando, en primera línea hay que colocar la santidad y la justicia de Dios, luego la justicia comunicada al hombre por Dios (la cual constituye un don y un deber), y finalmente el cumplimiento del amor a Dios debido por mil títulos de justicia. Sólo entonces viene la justicia entre los hombres, que, bíblicamente, es tal cuando se cumple por consideración a Dios, es decir, por el amor y la obediencia a Dios debida.

El culto rendido a Dios realiza la idea de justicia, no menos que la justicia entre los hombres, pues si la religión no es un contrato entre iguales, ni establece una estricta igualdad entre lo que se da y se recibe, es, sin embargo, el don y deber más primordial de la " justicia". En este sentido dice Jesús al Bautista: "Conviene que cumplamos toda justicia" (Mt 3, 15).

La justicia de Dios es justicia que se desborda, que derrama beneficios, que se comunica y que justifica cuando al lado de la verdadera culpabilidad descubre aún una brizna de buena voluntad. Así es precisamente la justicia divina, que reparte inmerecidos beneficios a sus más necesitadas criaturas, aun cuando no les asista ni el más mínimo derecho.

Y, sin embargo, la balanza de la justicia se mantiene en equilibrio, gracias a los méritos sobreabundantes de Cristo. La manifestación de esta divina justicia es la divina actuación del más incomprensible amor.

La reverencia y adoración que a Dios pueda ofrecer la criatura, hija suya, es un estricto deber de justicia. Pero el hombre debe convencerse de que nunca llegará a la medida deseable, o sea a tributarle tanto honor cuanto Él merece, a glorificarlo con una gloria tan aquilatada como la que Él concedió al hombre y le concederá aún.

Debe, pues, el cristiano guardarse de aplicar a Dios y a sus relaciones con Él el mismo concepto de justicia humana, como si fuera unívoco en ambos casos; más bien debe fundir la rigidez de la justicia humana para modelarla a imagen de la divina. Jamás debe reclamarle a Dios ningún derecho, pero tampoco ha de temer que Dios se muestre injusto para con sus buenas obras y sus méritos. Se contentará con saber que, ante Dios, tiene una deuda de gratitud que nunca llega a saldarse, con lo cual mostrará mayor fervor en el agradecimiento, en el amor, en el culto. En este sentido no hay para el cristiano "obras de supererogación". Cuanto más amamos y honramos a Dios, tanto menos hemos de creer que hemos pagado ya parte de nuestra deuda, pues a medida que adelantamos contraemos mayores deudas de amor para con Él. Al límite opuesto consideremos el pecado, la repulsa de la adoración, de la obediencia, del amor a Dios: esto sí que realiza en sentido pleno el concepto de la injusticia; e injusticia tal, que ante ella todas las injusticias con los hombres no son más que sombra, la negra sombra que se proyecta sobre el mundo de la injusticia para con Dios.

La justicia se fundamenta sobre la práctica del bien y la evasión del mal, en la B.V. María por el testimonio que nos dan los Evangelios y la Tradición de la Iglesia sabemos que no hubo huella de pecado por lo que el mal no es concebible en ella, y siempre estuvo a disposición de la voluntad divina, por ende, procurando el bien.

En las virtudes conexas a la justicia podemos ver el testimonio de María, por ejemplo en razón de la virtud de la religión escuchamos por san Lucas «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), la vemos orante en el evangelio de Juan intercediendo en las bodas de Caná, sabemos que ofreció en el Templo dos tórtolas como prescribía la Ley para su purificación así como presenta al niño Jesús a los 12 años de edad, invocaba el nombre de Dios y estaba agradecida con Él como lo transparenta el Magnificat, y su piedad filial se manifiesta en su relación con san José, cuando encuentra al niño le dice «Tu padre y yo te buscábamos» (Lc 2, 48) anteponiendo a su esposo a sí misma.

La Virgen María entregó su vida a Dios con aquellas palabras: "He aquí la esclava del Señor" Este fue un ideal, esa fue su vida. Una vida llena de rectitud, de justicia y de santidad.

La justicia con el prójimo es darle lo que le corresponde a cada uno; no defraudar a nada en cosa alguna.

La Santísima Virgen era recta con todos los que la rodeaban; se colocaba en el puesto que le correspondía y respetaba el de los demás. Ella,la Madre de Dios, debía obedecer a su esposo, y en Jesús como Madre solícita y tierna, vivió sólo para Él. También, respetó y ayudó en sus dificultades a sus parientes y conocidos.

la justicia con nosotros: nos debemos amor, respeto y aceptación, pues a veces no nos amamos a nosotros mismos; de igual manera, debemos cuidar nuestra salud física y nuestra salud espiritual.

La Santísima Virgen se amó con el verdadero amor con el que dirigía a Dios todos sus actos y hacía que todo contribuyera a mejor amarle y mejor servirle. Por eso, siempre que procuremos algún bien material y espiritual para nosotros mismos, estamos amándonos y cumpliendo con la justicia. Es una gran injusticia despreciar los dones y las gracias que Dios da a cada uno, el procurarnos el mal el crecer en la vida plena de hombre y mujeres ya que estamos llamados por Dios.

La Santísima Virgen es modelo de plenitud y perfección de vida Ella nos puede guiar por el camino de la justicia y la santidad cada día


"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por ser nuestro Padre bueno y en nombre de Tu Hijo Jesús y de María queremos pedirte que nos concedas el espíritu de oración para que podamos encontrarte en la oración y para que encontremos en nuestros corazones Tu Corazón Paternal. Líbranos, oh Padre de todo aquello que dificulta nuestro encuentro. Eres el Padre buenos que no nos olvida y no puede olvidarnos. Por eso, junto con María y en nombre de Tu Hijo Jesús, te agradecemos por todas las gracias que nos has dado aquí a través de Tu humilde sierva María. Abre nuestros ojos, para que podamos reconocer Tu obra aquí en Medjugorje y así estar agradecidos. Perdónanos, oh Padre si nos hemos convertido en ciegos en nuestras vidas, en esta Parroquia y en el mundo entero. Líbranos de esta ceguera, para que podamos ser alegres testigos de Tu inmenso amor por nosotros cada día. Danos la gracia de poder mantener vivo este lugar de oración, creado por María, y especialmente Te pedimos que limpies nuestros corazones para que puedan convertirse en un solo corazón con el corazón de Jesús y María, y así todos tengamos corazones de amor y paz."   

(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, 27 de julio, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero






Virtud de la prudencia en María

 




Virtud de la prudencia en María



Mensaje, 25 de julio de 1999

“¡Queridos hijos! Hoy también me regocijo con ustedes y a todos los invito a la oración de corazón. Hijitos, los invito a que todos agradezcamos a Dios aquí conmigo por las gracias que les da a través de mí. Deseo que comprendan que aquí quiero crear no sólo un lugar de oración sino también de encuentro de corazones. Deseo que mi corazón, el de Jesús y vuestro corazón se fundan en un corazón de amor y de paz. Por tanto, hijitos, oren y alégrense por todo lo que Dios hace aquí, a pesar de que Satanás provoca pleitos e intranquilidad. Yo estoy con ustedes y los conduzco a todos por el camino del amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”




La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.

Hay virtudes naturales, o sean hábitos buenos, adquiridos por la frecuente repetición de actos que hacen más fácil la práctica del bien honesto. El hombre puede adquirir esos hábitos con sus solas fuerzas naturales,  son muy diferentes a las disposiciones innatas y dintistas de las virtudes infusas, que solo puede poseer el hombre por divina y gratuita infusión.

Las virtudes infusas son aquellas teologales y morales que nos da Dios con la gracia santificante, a diferencia de las naturales o adquiridas, que pueden desarrollarse en cualquier tipo de persona, que se levantan únicamente con la obra de Dios, no por repetición de actos, como sucede con las virtudes adquiridas sino por impulso sobrenatural, en la medida que el fiel no pone el obstáculo de iniquidad o tibieza.

Las virtudes infusas se inspiran y regulan por las luces de la fe -totalmente ignoradas por la simple razón natural-, sobre las consecuencias del pecado original y de nuestros pecados personales, sobre la elevación infinita de nuestro fin sobrenatural, sobre la necesidad de amar a Dios, autor de la gracia, más que a nosotros mismos, y sobre las exigencias de la imitación de Jesucristo, que nos lleva a la abnegación y renuncia total de nosotros mismos.

La prudencia es una gran virtud que tiene por objeto dictarnos lo que tenemos que hacer en cada caso particular. Como virtud natural o adquirida fue definida por Aristóteles la recta razón en el obrar. Como virtud sobrenatural o infusa puede definirse: Una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural.

Es la más importante de todas las virtudes morales, después de la virtud de la religión. Su influencia se extiende a todas las demás, señalándoles el justo medio en que consisten todas ellas, para que no se desvíen hacia sus extremos desordenados. Incluso las virtudes teologales necesitan el control de la prudencia, no porque consistan en el medio—como las morales—, sino por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias, ya que sería imprudente ilusión vacar todo el día en el ejercicio de las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los deberes del propio estado. Por eso se llama a la prudencia auriga de las virtudes, porque las dirige y gobierna todas.

Contemplemos las virtudes cardinales en Nuestra Madre Santísima: 

“María fue la Virgen prudentísima: prudentísima respecto al fin que se propuso, que fue el agradar siempre y en todo a Dios, sirviéndole y amándole con toda la capacidad de que era capaz su corazón; prudentísima en los medios por Ella empleados, que fueron escogidos con madurez, circunspección y consejo” [Antonio Royo Marín]

La prudencia, dicen algunos, es hacer la cosa justa en el momento justo y en el mejor modo posible, y también se dice que ella se prueba en el silencio y en el hablar y de esto es modelo María santísima por ej. ante la profecía de Simeón calla y medita en su corazón; pero en el anuncio del Ángel, al saludo de santa Isabel o durante las bodas de Caná sabe hablar.


"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por ser nuestro Padre bueno y en nombre de Tu Hijo Jesús y de María queremos pedirte que nos concedas el espíritu de oración para que podamos encontrarte en la oración y para que encontremos en nuestros corazones Tu Corazón Paternal. Líbranos, oh Padre de todo aquello que dificulta nuestro encuentro. Eres el Padre buenos que no nos olvida y no puede olvidarnos. Por eso, junto con María y en nombre de Tu Hijo Jesús, te agradecemos por todas las gracias que nos has dado aquí a través de Tu humilde sierva María. Abre nuestros ojos, para que podamos reconocer Tu obra aquí en Medjugorje y así estar agradecidos. Perdónanos, oh Padre si nos hemos convertido en ciegos en nuestras vidas, en esta Parroquia y en el mundo entero. Líbranos de esta ceguera, para que podamos ser alegres testigos de Tu inmenso amor por nosotros cada día. Danos la gracia de poder mantener vivo este lugar de oración, creado por María, y especialmente Te pedimos que limpies nuestros corazones para que puedan convertirse en un solo corazón con el corazón de Jesús y María, y así todos tengamos corazones de amor y paz."  (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, 27 de julio, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero










Don de temor de Dios en María

 




Don de temor de Dios en María



Mensaje, 24 de mayo de 1984

“¡Queridos hijos! Ya les he dicho que Yo los he escogido de manera especial tal y como son. Yo soy la Madre que los ama a todos. En esos momentos en que las cosas se pongan difíciles, no tengan miedo. Porque Yo los amo también cuando están lejos de Mí y de mi Hijo. Les ruego que no permitan que mi Corazón llore lágrimas de sangre a causa de las almas que se pierden en el pecado. Por lo tanto, queridos hijos, oren, oren, oren! ”




El don de temor perfecciona tanto la virtud de la esperanza como la virtud de la templanza, haciéndonos temer desagradar a Dios y estar separados de Él; la virtud de la templanza, alejándonos de los falsos placeres que podrían llevarnos a perder a Dios.
Es un don, por tanto, que inclina la voluntad al respeto filial de Dios, nos aleja del pecado que le desagrada y nos hace esperar su poderosa ayuda. Por tanto, no es ese temor de Dios que nos inquieta cuando recordamos nuestros pecados, que nos entristece y perturba.
Tampoco es el miedo al infierno (también llamado temor servil, que nos lleva a evitar la culpa por miedo al castigo), que basta para esbozar una conversión, pero no basta para terminar nuestra santificación. Es el temor reverencial y filial el que nos hace temer cualquier agravio contra Dios (aunque no conlleve pena o castigo).
En realidad, el temor de María era grande, pero no servil. De hecho, llena de gracia divina y tan pura, tan santa, ¿qué castigo podría temer? Ni siquiera había en ella ese temor llamado casto, que considera la posibilidad y el peligro de perder a Dios por el pecado, porque sabía que, por el abundante auxilio singular del Espíritu Santo, solo quiere y puede crecer en comunión de amor y gracia con Dios. De modo que el temor de María, como el temor de que el alma misma de Cristo estuvo oprimida, era un temor reverencial, producido por un vivo sentimiento de la infinita majestad de Dios y su infinito poder.


 Nadie pudo desviar nunca de Dios a la Madre de Cristo, ni siquiera frenar su impulso hacia Él. 
 Estaba llena de tal gracia, y además, velaba sobre Ella la providencia con tanto amor, que no podía deslizarse en sus actos ni el más minimo defecto.  
Jamás se resistió al Espíritu Santo.
El funcionamiento del don de temor de Dios, en la Inmaculada, Madre de Dios, no puede compararse con los demás santos. En el orden de la gracia María ocupa siempre un lugar privilegiado. No se dió en Ella el temor al pecado o al castigo por si mismos, sino una reverencia a Dios enteramente filial, que aumentaba cada día bajo la influencia más y más dominante del Espírítu de Amor.
  Veía Ella en Dios la bondad del Padre, que la habia dado por hijo a su propio Hijo. La conciencia de su nada la mantenía siempre en la presencia de Dios, como la más humilde de sus siervas, en la adoración y el reconocimiento agradecido de las maravillas que el Todopoderoso había realizado en Ella. El "Magníficat", viva síntesis de su alma, nos muestra a la Madre de Dios gozándose en su propia pequeñez que le permite cantar la magnificencia de Dios. ¡A Él toda la gloria!.

 María fue la creatura más dócil al Espíritu de Dios. En ella todas las luces de la fe iluminada por el Espíritu de inteligencia, de ciencia, de sabiduría y de consejo; Ella es la Reina de los profetas y de los doctores. Supera en piedad a todas las hijas de Israel, a todas las figuras femeninas que descuellan en el Antiguo Testamento: es la Reina de los Patriarcas y de todas las almas justas de Israel. El Evangelio nos lo dice: meditaba continuamente en su corazón las palabras divinas, escuchaba al Verbo: es la Reina de las almas contemplativas y de todas las almas que oran. Su laboriosidad y su fortaleza de ánimo la ponen delante de todos los grandes hombres de acción y de todos los servidores de Dios; Ella es la Reina de los Apóstoles, de los misioneros y de todos los militantes que en su Iglesia dan su sangre y sus vidas por el Reino de Dios. Es la Reina de los mártires. Su pureza virginal y su delicadeza de alma, aun cuando pertenece a nuestra raza..., hacen de Ella el ser más puro que ha pasado por esta nuestra tierra de pecado. Ella es la Inmaculada, la Reina de los ángeles y de las vírgenes, la Reina de todos los santos.

  La "Virgen fiel", Madre del Verbo y del Cristo total, dócil siempre al más leve soplo del Espíritu , es, junto con su Hijo, la obra maestra de la Trinidad.  (M.M. Philipon)




"Señor nuestro Dios, Te damos gracias y Te alabamos porque enviaste a Tu Hijo y porque nos ha revelado a Ti, Amadísimo Padre. Ahora Te pedimos que nos reveles Tu amor hacia nosotros para que podamos creer en Ti con todo nuestro corazón. Despiértanos con Tu Espíritu del sueño de incredulidad y pecado. Te traemos a Ti, en nombre de Tu Hijo, como María nos pide, todas nuestras heridas y Te pedimos que digas la Palabra que sane nuestro corazón. Saca de nosotros aquello que nos impide creer en Tu amor, para que así podamos verte a Ti y a todos los hombres con el corazón. Perdónanos por las veces que vemos con un corazón sucio y lleno de pecado. Sánanos, para que nuestras vidas se conviertan en un testimonio para los demás de que Tú eres nuestro Padre y que nos amas inmensamente.
(En silencio, pensemos en nuestras heridas concretas y en las heridas de nuestra familia, y en las heridas que hemos causado a los demás por nuestro comportamiento).
Te rogamos, Padre, que reveles Tu amor a todos Tus hijos que aún no conocen Tu amor, para que ellos también encuentren fuerza en Tu amor y se despierten del sueño de la muerte. Bendice, oh Padre a todos aquellos que has llamado, para que muestren a los demás cual es el caminos hacia Ti. Bendice al Papa, a los obispos, a los sacerdotes, a los miembros de las órdenes religiosas, a los catequistas y misioneros, y a todos los padres y educadores para que puedan proclamar a través de Tu Espíritu la fuerza de Tu amor. Libera a Tu Iglesia en esta año del jubileo de todo sueño y pecado, para que pueda proclamar Tu amor al mundo. Bendice a los videntes, al párroco de Medjugorje y a todos los peregrinos, para que podamos comprender el mensaje y vivir para el bien de todos y en Tu honor, Amen."

(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, febrero 28, 2000)







Don de fortaleza en María

 





Don de fortaleza en María




Mensaje, 17 de enero de 1985

“¡Queridos hijos! En estos días, Satanás se ha estado ensaando con toda su maldad contra esta parroquia, mientras ustedes, queridos hijos, se han dormido en la oración y sólo unos cuantos participan en la Santa Misa. Sean fuertes en estos días de prueba! Gracias por haber respondido a mi llamado!”




 Los dos tipos fundamentales del don de fortaleza aparecen en nuestra Madre María: el heroísmo de la fidelidad absoluta a los más humildes deberes cotidianos y el heroísmo de las grandes acciones.

La Virgen fiel no dejó de cumplir nunca ni el más mínimo deber inherente a su estado. Jamás cometió la menor falta moral la Madre de Dios. La trama de su existencia en Nazaret se fue tejiendo entre la monotonía familiar de cada día, pero en heróica continuidad en el cumplimiento de sus funciones de esposa y de madre, junto a San José, dentro del ambiente de un pobre  hogar de artesanos. Cuando iba en la fuente por agua, mezclada entre el  grupo de las demás aldeanas, ¿quien hubiese podido suponer que Ella era la Madre de Dios y Madre de los hombres, la corredentora del mundo, la que ayudaba a soportar la carga de todos nuestros pecados y a conseguir la salvación del universo?. En ella todo ocurría por dentro, en el dinamismo poderoso de la vida interior, en las honduras de su unión con todo el misterio de Cristo...

El Espíritu Santo, que impulsaba a los demás mortales hacia la santidad,  la movía continuamente en su alma, para abrazar hasta el extremo del dolor, los bastos horizontes de la redención.

Las pruebas exteriores que padeció en su vida, que aparentemente era igual que la de cualquier otra mujer, no son sino débiles indicios, sin proporción con el drama espiritual que se desarrollaba incesantemente en su corazón.


El viaje a Aín Karim, el penoso traslado a Jerusalén y el no hallar sitio en las posadas de Belén, cuando estaba apunto de dar a luz, en la precipitada huída a Egipto en plena noche, con la angustia del peligro de muerte que amenazaba a su hijo, la permanencia en el destierro, el retorno a Nazaret y la vida oculta, laboriosa, sin relucir, en la pobreza, la vecindad y en la vida cotidiana con su familia que no conocía ni su grandeza, por ser Madre de Dios, ni la grandeza de su Hijo el Verbo Encarnado: este fue el cuadro de la vida que llevó en este mundo la Madre del Señor. La Sagrada Familia, objeto de predicción de la Trinidad sobre la tierra, pasó desapercibida a los ojos de los hombres.

 Jamás murmuró María ni se mostró indecisa o insegura: la Virgen del “hágase" estaba siempre dispuesta cumplir la voluntad de Dios, sin rehusar nada. Fiel en todo hasta la menor detalle, se adhería con invencible firmeza al querer divino, vislumbrándolo en la fe: admirable tipo de la fortaleza cristiana, que no se puede explicar hasta tal grado más que por la continua asistencia, en cada uno de sus actos en la plenitud del Espíritu Santo.

 El Calvario fue la respuesta más heroica de su Corazón de Madre, en la ofrenta total, sin reservas, de su Hijo amadísimo, como rescate por todos los pecados de los hombres, sin aspavientos de dolor, sin debilidades, con valentía y gozo de un sacrificio salvador, síntesis sublime de la fostaleza cristiana, que hizo de rlla, bajo la acción del Espíritu Santo, la "Reina de los mártires".

 Junto con el don de Consejo, el de Fortaleza es la gracia de perseverar resueltamente en la búsqueda de la santidad y el cielo. El Papa Juan Pablo II observava el 14 de mayo de 1989, antes del rezo del Regina Coeli: "Quizás nunca más que hoy, la virtud moral de la Fortaleza necesita ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de Fortaleza es un impulso sobrenatural que confiere vigor al alma, no sólo en momentos dramáticos, como el del martirio, sino también en las condiciones habituales de dificultad: en la lucha por mantenerse fieles a los principios; en la soportación de las ofensas y los ataques injustos; en la perseverancia valiente, aun en medio de incomprensiones y dificultades, en el camino de la verdad y la honestidad". La Fortaleza, don del Espíritu Santo, no elimina las vicisitudes de la vida ni anula los esfuerzos del Maligno, pero nos permite compartir la intuición de san Pablo y ser fieles a ella: "Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Co 12,10).


"Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: "Te deseo el bien", que cada esposa pueda decirle a su esposo: "También yo te deseo el bien," que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén."


(Fray Slavko , Medjugorje, Enero 27 de 1998)

Don de piedad en María




Don de piedad en María



Mensaje, 25 de octubre de 1998


“¡Queridos hijos! Hoy los invito a que se acerquen a Mi Corazón Inmaculado. Los invito a que renueven en sus familias el fervor de los primeros días, en que los invité al ayuno, a la oración y a la conversión. Hijitos, aceptaron Mis mensajes con el corazón abierto, aunque no sabían lo que era la oración. Hoy los invito a que se abran totalmente a Mí, a fin de que pueda transformarlos y llevarlos al Corazón de Mi Hijo Jesús, para que El los llene con Su amor. Así, hijitos, encontrarán la paz verdadera, la paz que únicamente Dios les da. Gracias por haber respondido a mi llamado!”



 El Espíritu Santo, con sus toques multiformes, esclarecía la inteligencia de la Madre del Verbo mediante sus dones de inteligencia, de ciencia, de sabiduría y de consejo. Inspiraba su vida de oración y sus sentimientos religiosos mediante el don de piedad. La sostenía en su misiónde Corredentora del mundo mediante el don de fortaleza, conservaba su alma con una santidad sin tacha mediante el don de temor, actuaba en ella de una manera especial para ayudarla en su vocación única de Madre de Dios y del Cristo total.

  Se ha de tener presente al máximo el coeficiente individual del sujero cuando se estudian las virtudes o los dones del Espíritu Santo en un alma. Cada una tiene su régimen particular. El Espíritu Santo no actúa del mismo modo en el alma de Cristo que en la de la Virgen o en los santos.

 El don de piedad se desarrolla en María, como los demás dones, bajo la dominante de su cualidad de Madre.  Tal es el puesto y misión que le fue asignado en el plan de Dios: Madre de Jesús y Madre del Cristo total. Ella es "Toda Madre". Todo en ella converge hacia su maternidad divina y espiritual.

 El don de piedad es la disposición habitual que el Espíritu Santo pone en el alma para excitarla a un amor filial hacia Dios.

La piedad tiene una gran extensión en el ejercicio de la justicia cristiana: se prolonga no solamente hacia Dios, sino a todo lo que se relacione con El, como la Sagrada Escritura que contiene su palabra, los bienaventurados que lo poseen en la gloria, las almas que sufren en el purgatorio y los hombres que viven en la tierra.

Dice San Agustin que el don de piedad da a los que lo poseen un respeto amoroso hacia la Palabra de Dios. Y así como da espíritu de hijo para con los superiores, espíritu de padre para con los inferiores, espíritu de hermano para con los iguales, entrañas de compasión para con los que tienen necesidades y penas, y una tierna inclinación para socorrerlos, a nuestra Madre Santísima le concede esa plena e irrenunciable adhesión a su maternidad respecto al Verbo Encarnado y, por quién es Cabeza de la Iglesia,  la maternidad para con el Cuerpo Místico de Cristo.

 Este es el principio del dulce atractivo que la lleva hacia Dios y de la diligencia que ponen en su servicio. Es también lo que la lleva a  afligirse con los afligidos, llorar con los que lloran, alegrarse con los que están contentos, soportar sin aspereza las debilidades de los enfermos y las faltas de los imperfectos; en fin, hacerse Madre para todos.

En el alma de la Inmaculada, todo cantaba a Dios sin resistencia alguna, en perfecta armonía de sus potencias y de todos sus actos, al soplo del Espíritu Santo. Su plenitud de gracia y santidad, su total correspondencia con las más ligeras inspiraciones divinas, su deseo único de glorificar a Dios, hicieron de la Virgen María el templo vivo más hermoso de la Santísima Trinidad. María es la criatura que más gloria dio al Señor.



"Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: "Te deseo el bien", que cada esposa pueda decirle a su esposo: "También yo te deseo el bien," que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén."


(Fray Slavko , Medjugorje, Enero 27 de 1998)






 

Don de consejo en María


 


Don de consejo en María



Mensaje, 25 de noviembre de 2005

“¡Queridos hijos! También hoy los invito: oren, oren, oren hasta que la oración se convierta en vida para ustedes. Hijitos, en este tiempo de manera especial oro ante Dios para que les dé el don de la fe. Sólo en la fe descubrirán el gozo del don de la vida, que Dios les ha dado. Vuestro corazón sentirá gozo al pensar en la eternidad. Yo estoy con ustedes y los amo con tierno amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”



Las virtudes cristianas y los dones del Espíritu Santo resplandecían en la Madre de Dios y de los hombres al compás de las circunstancias, es decir, según la trama providencial gesta su vida. En sus palabras y en sus actos nunca hubo la menor falta.  Lo mismo que Jesús, "era perfecta en todas las cosas".

El don de consejo quía e impulsa as acciones de María hasta las más insignificantes acciones. Ella hacía pasar sin esfuerzos las más sublimes luces de la contemplación a los detalles más minúsculos de su vida práctica. La Virgen que recibe al anuncio del Ángel y proclama el Magníficat en la casa de Zacarías e Isabel, es la misma que ruega y pide a su Hijo por el clamor y necesidad de las bodas en Caná. Es la misma que permanece con modestia  fidelidad al pie de la Cruz, colaborando con la inmolación de su Inmaculado Corazón, unida al único sacrificio eficaz y salvador, de nuestro Señor. Acompaña y convoca maternalmente a los Apóstoles al cenáculo orante del Pentecostés, y guía como Madre silenciosa a la Iglesia en su súplica y testimonio.

  Mantiene su alma el equilibrio y la ponderación, en una suprema adaptación a las circunstancias de su ambiente social. Ella ha ido realizando, día tras día, plenamente y en la fe, todos los designios de Dios relativos a ella. Bajo la dirección personal y constante del Espíritu Santo, la Madre de Jesús pasó como peregrina y discípula, trazando el camino para los sencillos y humildes, de los pequeños y fieles en lo poco, para ser magnánimos en la entrega total de la vida al querer de Dios.

El don de consejo perfecciona la virtud de la prudencia, haciéndonos juzgar con prontitud y seguridad, por una especie de intuición sobrenatural, sobre lo que debemos hacer, especialmente en los casos difíciles. El objeto mismo del don de consejo es la buena dirección de las acciones particulares.

Admirable fue este don en María, a quien la Iglesia llama Madre del Buen Consejo. De hecho, el alma de María estuvo siempre volcada a Dios, de quien recibió con facilidad todas las aspiraciones, por lo que ella, más que cualquier otro santo, puede aplicar las palabras: Tu protección será un buen consejo y la prudencia te salvará (Prov. II, 11).

Pero fue especialmente en dos circunstancias que María Santísima nos hizo saber la forma eminente en que poseía este precioso don.

Esto sucedió, primero, en su presentación en el Templo, cuando, por inspiración divina, supo que agradaba a Dios que se le consagrara, desde la niñez, por voto de virginidad perpetua. En segundo lugar, fue en su Anunciación, cuando, al ser saludada por el Ángel como llena de gracia, y cuando se le pidió su consentimiento para el cumplimiento de la Encarnación, acudió al Nuncio celestial para conocer cuáles eran las disposiciones divinas a su respecto y conocidas éstas, se ofreció totalmente, como sierva, al Señor.


"Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: "Te deseo el bien", que cada esposa pueda decirle a su esposo: "También yo te deseo el bien," que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén."


(Fray Slavko , Medjugorje, Enero 27 de 1998)


Don de ciencia en María

 






Don de ciencia en María





Mensaje, 14 de marzo de 1985

“¡Queridos hijos! En sus vidas, todos ustedes han experimentado momentos de luz y de tinieblas. Dios concede a cada hombre reconocer el bien y el mal. Yo los invito a llevar la luz a todos los hombres que viven en tinieblas. Cada día llegan a sus casas personas que están en tinieblas. Queridos hijos, dénles ustedes la luz. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”




La Encarnación del Verbo no apartó a la Madre de Dios de su medio ambiente de vida. La Madre de Jesús paso por esta tierra como una mujer  común, sin mancha de pecado pero participando de las mismas condiciones de toda existencia humana, de nuestras mismas dificultades de cada día, enriqueciéndose cotidianamente con una mayor experiencia de las criaturas, juzgada siempre por ella a la luz de Dios.
La Madre de Jesús poseía, en un modo eminente, el espíritu de ciencia que quiere ayudar a distinguir el bien del mal en las criaturas que viene tratar a diario. 
Dios le había considerado la Virgen Inmaculada. Jamás había experimentado ella el mal. Paso por la tierra como purísimo reflejo de Dios.

Y sin embargo, ninguna otra criatura ha juzgado con tanta seguridad acerca del pecado. Ella percibía el mal con infalible instinto divino. El espíritu Santo la esclarecía ilustraba respecto a todo.

 Madre de Dios Salvador, su amor le daba a reconocer la bondad y la malicia de todos los hombres, sus hijos. El Evangelio nos describe a nuestra Madre rodeada de buenos, como los pastores y reyes, como de malos, que buscaban al Niño para matarlo, por lo que San José los lleva a Egipto. Y Ella tiembla por los peligros y sufrimientos que vive su Hijo.Ella conoce nuestras fragilidades y el sufrimiento que es consecuencia de nuestros pecados, pero tambien conoce todos nuestros sentiminetos humanos elevados por la gracia de su Hijo. Su corazón maternal envuelve en una misma caridad, que es el amor de Dios, a su Hijo Jesús y a la multitud de hijos adoptivos.
  Tanto los seres humanos, como todas las realidades creadas, aparecían a sus ojos iluminados por la claridad de Dios, y por el contraste que causa el fuego del amor del Espíritu Santo, también puede distinguir claramente las sombras del mal.  Solo Élla, despues de Dios, mejor que nadie, discernía la perfidia que implicaban las preguntas de los fariseos, de los saduceos y de los doctores de la ley que se proponían destruir a su Hijo Jesús.
 Ninguna creatura poseyó como Ella la "ciencia de los santos", el conocimiento del bien, para distinguirlo del mal, las secuelas de la caida del pecador y las posibilidad de redención de la que es capaz la Sangre Preciosa de su Hijo y Redentor.


El don de la ciencia puede definirse como aquello que, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, perfecciona la virtud de la Fe, haciéndonos conocer las cosas creadas en su relación con Dios.
Los objetos del don de la ciencia son, por tanto, las cosas creadas en cuanto que nos conducen a Dios, de donde proceden todas y por las que todas son preservadas. Son como escalones para subir a Él.
La Madre de Jesús poseía en grado eminente el don de ciencia, que la ayudó a distinguir el bien del mal en las criaturas con las que trataba a diario. Dios la había mantenido virgen, sin mancha. Nunca había experimentado el mal. Pasó por la Tierra como puro reflejo de Dios.
 Ella percibía el mal con un instinto divino infalible. El Espíritu Santo la iluminó e ilustró sobre todo.
Paseó por la creación maravillándose de descubrir en ella, a cada paso, un reflejo de los esplendores del Verbo. A sus ojos aparecían hombres y cosas iluminados por la claridad de Dios y, por contraste, también distinguía perfectamente la sombra del Mal. 


 El don de ciencia nos hace juzgar correctamente las cosas creadas en su relación con Dios; el don de inteligencia descubre la íntima armonía de las verdades reveladas; el don de sabiduría nos hace juzgar, apreciar y degustar las cosas divinas (reveladas). Los tres tienen en común que nos dan un conocimiento experimental, o casi, porque nos hacen conocer las cosas divinas no a través del razonamiento o la reflexión, sino a través de una luz superior que nos hace llegar a ellas como si tuviéramos la experiencia.


Atentamente Padre Patricio Romero



"Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: "Te deseo el bien", que cada esposa pueda decirle a su esposo: "También yo te deseo el bien," que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén."


(Fray Slavko , Medjugorje, Enero 27 de 1998)