Mensaje, 25 de julio de 1995
“¡Queridos hijos! Los invito a la oración, porque sólo en la oración podrán comprender mi venida aquí. El Espíritu Santo los iluminará en la oración, a fin de que comprendan que deben convertirse. Hijitos, deseo hacer de ustedes un ramillete muy hermoso preparado para la eternidad, pero ustedes no aceptan el camino de la conversión, el camino de la salvación que les ofrezco a través de estas apariciones. Hijitos, oren conviertan sus corazones y acérquense a Mí. Que el bien supere el mal. Yo los amo y los bendigo. Gracias por haber respondido a mi llamado!”
El relato de la Anunciación nos permite reconocer en María a la nueva hija de Sión, invitada por Dios a una gran alegría. Expresa su papel extraordinario de madre del Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. La Virgen acoge el mensaje en nombre del pueblo de David pero podemos decir que lo acoge en nombre de la humanidad entera porque el Antiguo Testamento extendía a todas las naciones el papel del Mesías davídico (cf. Sal 2, 8; 72, 8). En la intención de Dios, el anuncio dirigido a ella se orienta a la salvación universal.
Como confirmación de esa perspectiva universal del plan de Dios, podemos recordar algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que comparan la salvación a un gran banquete de todos los pueblos en el monte Sión (cf. Is 25, 6 ss) y que anuncian el banquete final del reino de Dios (cf. Mt 22, 110).
Como hija de Sión, María es la Virgen de la alianza que Dios establece con la humanidad entera. Está claro el papel representativo de María en ese acontecimiento. Y es significativo que sea una mujer quien desempeñe esa misión.
En efecto, como nueva hija de Sión, María es particularmente idónea para entrar en la alianza esponsal con Dios. Ella puede ofrecer al Señor, más y mejor que cualquier miembro del pueblo elegido, un verdadero corazón de Esposa.
Con María, la hija de Sión ya no es simplemente un sujeto colectivo, sino una persona que representa a la humanidad y, en el momento de la Anunciación, responde a la propuesta del amor divino con su amor esponsal. Ella acoge así, de modo muy particular, la alegría anunciada por los oráculos proféticos, una alegría que aquí, en el cumplimiento del plan divino, alcanza su cima. (San Juan Pablo II, 1 de mayo de 1996)
Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada
de la esperanza de toda la humanidad.
Tú eres la Virgen de la Anunciación,
el Sí de la humanidad entera,
el misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza
en el misterio de la Visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén,
la que lo mostraste a los sencillos pastores
y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo,
lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Tú eres la Virgen de los caminos de Jesús,
de la vida oculta y del milagro de Caná.
Tú eres la Madre Dolorosa del Calvario
y la Virgen gozosa de la Resurrección.
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús
en la espera y en el gozo de Pentecostés.
(San Juan Pablo II)
María, es la Hija de Sión, la novia desposada por amor,, imagen y figura de la Iglesia esposa de Cristo, ejemplo y camino seguro para nuestras almas llamadas a participar del desposorio eterno y santo con Dios.
Cuando nos insiste, la Reina de la Paz, en que quiere hacer de nosotros “un ramillete muy hermoso preparado para la eternidad”, nos ayuda a redescubrir la vocación más profunda y esencial de nuestra existencia humana: la de conocer, amar y adorar eternamente a Dios.
El camino de conversión y salvación es el camino de la auténtica felicidad, la que se perdió por el pecado, pero que se renueva y se hace una cruz dulce y llevadera en la cercanía de María, nuestra Madre.