La esperanza de María


 


La esperanza de María



Mensaje, 25 de marzo de 2003

“¡Queridos hijos! Aún hoy, los llamo a orar por la paz.Oren con el corazón hijitos, y no pierdan la esperanza porque Dios ama a sus criaturas. El desea salvarlos, uno por uno, a través de mis venidas aquí. Los invito al camino de la santidad. Oren, porque en la oración ustedes están abiertos a la voluntad de Dios, así, en todo lo que hacen, cumplen la voluntad de Dios en ustedes y a través de ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”


"Es la más humilde de las tres virtudes teologales, porque permanece oculta", explica el Papa Francisco: "La esperanza es una virtud arriesgada, una virtud, como dice San Pablo, de una ardiente expectativa hacia la revelación del Hijo de Dios (Rom 8:19). No es una ilusión" (Homilía de Santa Marta, 29 de octubre de 2013). "Es una virtud que nunca decepciona: si esperas, nunca serás decepcionado", es una virtud concreta, "de cada día porque es un encuentro. Y cada vez que nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria, cada vez que damos un paso más hacia este encuentro definitivo" (Homilía de Santa Marta, 23 de octubre de 2018). "La esperanza necesita paciencia", así como uno necesita tener paciencia para ver crecer el grano de mostaza. Es "paciencia para saber que sembramos, pero es Dios quien da el crecimiento" (Homilía de Santa Marta, 29 de octubre de 2019). La esperanza no es un optimismo pasivo sino, por el contrario, "es combativa, con la tenacidad de quienes van hacia un destino seguro" (Papa Francisco, Angelus, 6 de septiembre de 2015).

"...Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es « realmente » vida. Trataremos de concretar más esta idea en la última parte, fijando nuestra atención en algunos « lugares » de aprendizaje y ejercicio práctico de la esperanza."  (SPE SALVI, BENEDICTO XVI)

Esa es la diferencia entre la esperanza que viene de lo alto y la esperanza que simplemente es humana y con el tiempo se convierte en desesperanza. Esa es la esperanza de la Virgen María, Madre de Dios, ante el cadáver de Cristo, por la que creyó firmemente que su hijo muerto iba a resucitar. ¡Y resucitó al tercer día! 

 El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica al respecto: La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. «Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa» (Hb 10,23). «El Espíritu Santo que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna» (Tt 3,6-7). (CIC 1817)

   La Lumen Gentium nos dice de María respecto a su participación en el misterio de la salvación: Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia. (LG 61)

      María también vivió los padecimientos de los discípulos de Jesús. Además de haber sido la persona en la cual comenzó a existir Jesús como hombre; la persona que más lo esperó como madre que espera el nacimiento de su hijo, ella participó de manera única e irrepetible en el Misterio pascual de Jesús.

   Partiendo de esa auténtica Fe, María tuvo que vivir la Esperanza; la verdadera Esperanza; directamente ligada e involucrada con el objeto de la esperanza, el mismo Jesucristo; ella esperó contra toda esperanza, sobre todo cuando las circunstancias le decían todo lo contrario; cuando se enfrentó a la muerte dolorosa del hijo de sus entrañas.

       Allí María tuvo la prueba mayor de su esperanza; participó del misterio de la muerte; del fracaso de Jesús que como todo hombre es dominado por la muerte; aceptó en su humilde fe ese sacrificio, y por su misma fidelidad a Dios y la pureza de su corazón, traspasado por la espada de dolor, practicó de la manera más heroica y sublime la esperanza de Dios, la esperanza en Dios. Él hace proezas con su brazo (Cf. Lc 1,51) himno litúrgico adjudicado a María en las comunidades cristianas que vivían gozosamente la resurrección del Señor Jesús.

       María la llena de gracia es la llena de esperanza. Una esperanza acrisolada por la acción del mal mismo en persona que ataca a su Hijo para destruirlo, que le muerde el talón para envenenarlo y matarlo; la esperanza más fuerte y heroica de toda la Iglesia; la esperanza de María, la madre del Señor. La esperanza de la humilde sierva del Señor, quien no se cree sino pequeña y quien no se apoya sino en Dios, la Anawin por excelencia. La pobre de Yahvé; la que espera de Dios para la vida, para todo lo que le acontece.

     La Esperanza de María es la Gran Esperanza de la Iglesia, que espera en silencio la maravillosa obra del Creador: la resurrección triunfante del Mesías. En medio de la noche brilla de nuevo la Luz, para no apagarse jamás; la Luz Eterna que se manifiesta para instalarse definitivamente en medio de la humanidad; puso su tienda entre nosotros.. y hemos visto su gloria.. (Cf. Jn 1,14)

   María, la que esperó el nacimiento del Esperado de los tiempos, espera ahora su gloriosa resurrección; la humillada por compartir la trágica e injusta muerte de su Hijo, espera desde esa herida de su corazón que le ha producido una muerte sicológica, afectiva, anímica; una espada te atravesará el alma, (Cf. Lc 2,35) Desde esa oscuridad, fruto de la acción del mal en su Hijo Jesús, María vive La Esperanza; la verdadera exacta y propia Esperanza; la que viene de Dios como el don preciso que corresponde al drama de la caída y de la redención, y que Jesús asume en su ser, como víctima, sacerdote y altar; y que María comparte por estar tan íntimamente relacionada a Él; ser su madre, y ser fiel oyente y cumplidora de la palabra de Dios, la mejor de todas. Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y buscando y obedeciendo en todo la voluntad divina. (LG 65)

"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por hablarnos en estos tiempos a través de María, Tu humilde sierva. Con Ella Te pedimos que nos des la gracia de poder vivir la fe de nuestros padres y de dar testimonio de ella. Perdónanos porque muchas veces andamos en busca de signos y mensajes y al hacerlo, nos volvemos ciegos a las grandes maravillas de la vida diaria. Abre nuestros ojos a los milagros que Tú nos regalas diariamente. Abre nuestros oídos para que podamos escuchar los mensajes que Tú nos das cada día, a fin de que podamos triunfar sobre cualquier mentira y estemos abiertos y emprendamos el camino de la verdad y la salvación. Danos, oh Padre, Te lo pedimos con María, la gracia de trabajar incansablemente en nuestra propia conversión y perdónanos porque hemos hablado sólo con los labios cuando hablábamos de conversión. Danos una profunda y auténtica conversión del corazón. Libera nuestro corazón de todo lo que sea un obstáculo en este camino de conversión. A todos los que en este momento viven en pecado grave y encadenados a los malos hábitos y dependencias, Te pedimos que, por medio de Tu Espíritu Santo, les des la fortaleza para decidirse por Ti. Bendice a toda la juventud para que pueda permanecer en el camino de la verdad. Bendice a todos los padres y madres de familia para que sean capaces de transmitir a sus hijos la fe de sus padres. Bendice a todos nuestros enfermos y a todos los que sufren y danos la paz por Cristo, Nuestro Señor. Amén."  (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, Septiembre 26, 1998)