Don de temor de Dios en María

 




Don de temor de Dios en María



Mensaje, 24 de mayo de 1984

“¡Queridos hijos! Ya les he dicho que Yo los he escogido de manera especial tal y como son. Yo soy la Madre que los ama a todos. En esos momentos en que las cosas se pongan difíciles, no tengan miedo. Porque Yo los amo también cuando están lejos de Mí y de mi Hijo. Les ruego que no permitan que mi Corazón llore lágrimas de sangre a causa de las almas que se pierden en el pecado. Por lo tanto, queridos hijos, oren, oren, oren! ”




El don de temor perfecciona tanto la virtud de la esperanza como la virtud de la templanza, haciéndonos temer desagradar a Dios y estar separados de Él; la virtud de la templanza, alejándonos de los falsos placeres que podrían llevarnos a perder a Dios.
Es un don, por tanto, que inclina la voluntad al respeto filial de Dios, nos aleja del pecado que le desagrada y nos hace esperar su poderosa ayuda. Por tanto, no es ese temor de Dios que nos inquieta cuando recordamos nuestros pecados, que nos entristece y perturba.
Tampoco es el miedo al infierno (también llamado temor servil, que nos lleva a evitar la culpa por miedo al castigo), que basta para esbozar una conversión, pero no basta para terminar nuestra santificación. Es el temor reverencial y filial el que nos hace temer cualquier agravio contra Dios (aunque no conlleve pena o castigo).
En realidad, el temor de María era grande, pero no servil. De hecho, llena de gracia divina y tan pura, tan santa, ¿qué castigo podría temer? Ni siquiera había en ella ese temor llamado casto, que considera la posibilidad y el peligro de perder a Dios por el pecado, porque sabía que, por el abundante auxilio singular del Espíritu Santo, solo quiere y puede crecer en comunión de amor y gracia con Dios. De modo que el temor de María, como el temor de que el alma misma de Cristo estuvo oprimida, era un temor reverencial, producido por un vivo sentimiento de la infinita majestad de Dios y su infinito poder.


 Nadie pudo desviar nunca de Dios a la Madre de Cristo, ni siquiera frenar su impulso hacia Él. 
 Estaba llena de tal gracia, y además, velaba sobre Ella la providencia con tanto amor, que no podía deslizarse en sus actos ni el más minimo defecto.  
Jamás se resistió al Espíritu Santo.
El funcionamiento del don de temor de Dios, en la Inmaculada, Madre de Dios, no puede compararse con los demás santos. En el orden de la gracia María ocupa siempre un lugar privilegiado. No se dió en Ella el temor al pecado o al castigo por si mismos, sino una reverencia a Dios enteramente filial, que aumentaba cada día bajo la influencia más y más dominante del Espírítu de Amor.
  Veía Ella en Dios la bondad del Padre, que la habia dado por hijo a su propio Hijo. La conciencia de su nada la mantenía siempre en la presencia de Dios, como la más humilde de sus siervas, en la adoración y el reconocimiento agradecido de las maravillas que el Todopoderoso había realizado en Ella. El "Magníficat", viva síntesis de su alma, nos muestra a la Madre de Dios gozándose en su propia pequeñez que le permite cantar la magnificencia de Dios. ¡A Él toda la gloria!.

 María fue la creatura más dócil al Espíritu de Dios. En ella todas las luces de la fe iluminada por el Espíritu de inteligencia, de ciencia, de sabiduría y de consejo; Ella es la Reina de los profetas y de los doctores. Supera en piedad a todas las hijas de Israel, a todas las figuras femeninas que descuellan en el Antiguo Testamento: es la Reina de los Patriarcas y de todas las almas justas de Israel. El Evangelio nos lo dice: meditaba continuamente en su corazón las palabras divinas, escuchaba al Verbo: es la Reina de las almas contemplativas y de todas las almas que oran. Su laboriosidad y su fortaleza de ánimo la ponen delante de todos los grandes hombres de acción y de todos los servidores de Dios; Ella es la Reina de los Apóstoles, de los misioneros y de todos los militantes que en su Iglesia dan su sangre y sus vidas por el Reino de Dios. Es la Reina de los mártires. Su pureza virginal y su delicadeza de alma, aun cuando pertenece a nuestra raza..., hacen de Ella el ser más puro que ha pasado por esta nuestra tierra de pecado. Ella es la Inmaculada, la Reina de los ángeles y de las vírgenes, la Reina de todos los santos.

  La "Virgen fiel", Madre del Verbo y del Cristo total, dócil siempre al más leve soplo del Espíritu , es, junto con su Hijo, la obra maestra de la Trinidad.  (M.M. Philipon)




"Señor nuestro Dios, Te damos gracias y Te alabamos porque enviaste a Tu Hijo y porque nos ha revelado a Ti, Amadísimo Padre. Ahora Te pedimos que nos reveles Tu amor hacia nosotros para que podamos creer en Ti con todo nuestro corazón. Despiértanos con Tu Espíritu del sueño de incredulidad y pecado. Te traemos a Ti, en nombre de Tu Hijo, como María nos pide, todas nuestras heridas y Te pedimos que digas la Palabra que sane nuestro corazón. Saca de nosotros aquello que nos impide creer en Tu amor, para que así podamos verte a Ti y a todos los hombres con el corazón. Perdónanos por las veces que vemos con un corazón sucio y lleno de pecado. Sánanos, para que nuestras vidas se conviertan en un testimonio para los demás de que Tú eres nuestro Padre y que nos amas inmensamente.
(En silencio, pensemos en nuestras heridas concretas y en las heridas de nuestra familia, y en las heridas que hemos causado a los demás por nuestro comportamiento).
Te rogamos, Padre, que reveles Tu amor a todos Tus hijos que aún no conocen Tu amor, para que ellos también encuentren fuerza en Tu amor y se despierten del sueño de la muerte. Bendice, oh Padre a todos aquellos que has llamado, para que muestren a los demás cual es el caminos hacia Ti. Bendice al Papa, a los obispos, a los sacerdotes, a los miembros de las órdenes religiosas, a los catequistas y misioneros, y a todos los padres y educadores para que puedan proclamar a través de Tu Espíritu la fuerza de Tu amor. Libera a Tu Iglesia en esta año del jubileo de todo sueño y pecado, para que pueda proclamar Tu amor al mundo. Bendice a los videntes, al párroco de Medjugorje y a todos los peregrinos, para que podamos comprender el mensaje y vivir para el bien de todos y en Tu honor, Amen."

(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, febrero 28, 2000)