ANCILLA DOMINE






Esclava del Señor

Mensaje, 2 de abril de 2013

“Queridos hijos, os invito a ser en el espíritu una sola cosa con mi Hijo. Os invito, a que, a través de la oración y de la Santa Misa, cuando mi Hijo se une de manera especial a vosotros, procuréis ser como Él: para que estéis siempre dispuestos como Él a cumplir la voluntad de Dios, y a no pedir que se realice la vuestra. Porque, hijos míos, por la voluntad de Dios sois y existís, pero sin la voluntad de Dios, no sois nada. Yo, como Madre, os pido que con vuestra vida habléis de la gloria de Dios, porque de esa forma también os glorificaréis a vosotros mismos, según su voluntad. Mostrad humildad con todos, y amor hacia el prójimo. Por medio de esa humildad y de ese amor, mi Hijo os ha salvado y os ha abierto el camino hacia el Padre Celestial. Os ruego que abráis el camino al Padre Celestial a todos aquellos que no le han conocido y no han abierto el corazón a su amor. Con vuestra vida abrid el camino a todos aquellos que todavía divagan en busca de la verdad. Hijos míos, sed mis apóstoles que no viven en vano. No olvidéis que vosotros iréis ante el Padre Celestial y le hablaréis de vosotros. ¡Estad preparados! Nuevamente os advierto: orad por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado, ha bendecido sus manos y os los ha dado a vosotros. Orad, orad, orad por vuestros pastores. Os lo agradezco. ”¡Os agradezco! De nuevo os pido: orad por aquellos que Mi Hijo ha escogido, es decir, sus pastores.”


Cuando nuestro Señor Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María, Dios se unió con nuestra humanidad creada, entrando en una nueva relación permanente con nosotros e inaugurando la nueva creación. El relato de la Anunciación ilustra la extraordinaria cortesía de Dios (cf. Madre Juliana de Norwich,Revelaciones 77-79). Él no impone su voluntad, no predetermina sencillamente el papel que María desempeñará en su plan para nuestra salvación: él busca primero su consentimiento. Obviamente, en la creación original Dios no podía pedir el consentimiento de sus criaturas, pero en esta nueva creación lo pide. María representa a toda la humanidad. Ella habla por todos nosotros cuando responde a la invitación del ángel.
San Bernardo describe cómo toda la corte celestial estuvo esperando con ansiosa impaciencia su palabra de consentimiento gracias a la cual se consumó la unión nupcial entre Dios y la humanidad. La atención de todos los coros de los ángeles se redobló en ese momento, en el que tuvo lugar un diálogo que daría inicio a un nuevo y definitivo capítulo de la historia del mundo. María dijo: “Hágase en mí según tu palabra”. Y la Palabra de Dios se hizo carne.  (Benedicto XVI, 14-05-2009)
Cuando la Virgen dijo su “sí” al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después en la Pascua como “nueva y eterna alianza”.
En realidad, el “sí” de María es el reflejo perfecto del de Cristo mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39:  “He aquí que vengo —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos “sí”, Dios pudo asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es también una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de Cristo:  su Encarnación.

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. La respuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamada a manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. De este modo, el “sí” de Jesús y de María se renueva en el “sí” de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del Evangelio. (Benedicto XVI, 25-03-2007)

La Reina de la Paz nos dice: “Yo, como Madre, os pido que con vuestra vida habléis de la gloria de Dios…”
Y el modo sublime en que se habla , con gestos y parlaras de esta gloria, que esta por sobre todo lo creado y su magnificencia, en con el mismo gesto que nuestra Madre nos esta hablando: con la humildad. Humildad que el mismo Dios manifestó abrazando nuestra frágil humanidad, para acercarse a nosotros  como Hijo, Divino y humano, que viene para hacer la voluntad del Padre; y es esa misma humildad y obediencia la que se refleja en María, cuando dice: “He aquí la esclava del Señor.”
   No hay discurso más elocuente ni predicación mas convincente que la humildad. Ningún plan astuto, ni acuerdo estratégico, puede alcanzar lo que alcanzó la disposición humilde del Corazón de María, al proclamarse la Esclava del Señor.