Mensaje, 2 de febrero de 2012
“¡Queridos hijos!, desde hace mucho tiempo estoy con vosotros y así, desde hace mucho tiempo, os estoy mostrando la presencia de Dios y de su infinito amor, el cual deseo que todos vosotros conozcáis. ¿Y vosotros hijos míos? Vosotros estáis todavía sordos y ciegos; mientras miráis el mundo que os rodea, no queréis ver hacia dónde se dirige sin Mi Hijo. Estáis renunciando a Él, y Él es la fuente de todas las gracias. Me escucháis mientras hablo, pero vuestros corazones están cerrados y no me prestáis atención. No estáis orando al Espíritu Santo para que os ilumine. Hijos míos, la soberbia se está imponiendo. Yo os muestro la humildad. Hijos míos, recordad: sólo un alma humilde resplandece de pureza y belleza, porque ha conocido el amor de Dios. Sólo un alma humilde se convierte en un paraíso porque en ella está Mi Hijo. ¡Os agradezco! De nuevo os pido: orad por aquellos que Mi Hijo ha escogido, es decir, sus pastores.”
A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría que no «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el contexto en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirmación siguiente: «no conozco varón», ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen. La expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja traslucir la permanencia y la continuidad de su estado.
María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al proyecto divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por lo demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía con la voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, 13).
…En particular, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en el momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1,28), fue enriquecida con una perfección de santidad que, según la interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de su existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción influyó en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Nazaret.
Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virginal. (Juan Pablo II 24-VII-96)
Oh María, Madre de la Iglesia,
te encomiendo
toda la vida consagrada,
a fin de que tú le alcances
la plenitud de la luz divina:
que viva en la escucha
de la Palabra de Dios,
en la humildad del seguimiento
de Jesús, tu hijo y nuestro Señor,
en la acogida
de la visita del Espíritu Santo,
en la alegría cotidiana del Magníficat,
para que la Iglesia sea edificada
por la santidad de vida
de estos hijos e hijas tuyos,
en el mandamiento del amor. Amén.
(Benedicto XVI)
Para llegar a reconocer la presencia de Dios y su infinito amor, es necesario la libertad interior, que por el impulso de la gracia, nos dispone a renunciar a toda esclavitud que nos hace ciegos y estériles en el alma, y nos dispone para abrazar la voluntad del Señor, en la pertenencia plena al Amor Divino.
Así es en María nuestra Madre, que en su virginidad perpetua, no esta renunciando al amor verdadero sino que lo abraza y reconoce como la plenitud de Caridad que inunda y sobrepasa la capacidad de toda criatura humana para contemplar y gozar de la bondad divina.
En la pureza de María resplandece la obra de la gracia, y en la virginidad de Maria se reconoce la grandeza de la humildad, tal como fue reconocida por el mismo Angel que la llama: “llena de gracia”.
La pureza es coronada por la humildad. Por eso nuestra Madre nos enseña, que sólo un alma humilde se convierte en un paraíso porque en ella está su Hijo.