Mensaje, 25 de agosto de 1992
“¡Queridos hijos! Hoy quisiera decirles que los amo. Yo los amo con mi amor maternal y los exhorto a abrirse completamente a Mí, a fin de que a través de cada uno de ustedes Yo pueda disponer de los medios para convertir y salvar al mundo donde hay tanto pecado y tantas cosas malas. Por eso, mis queridos hijitos, ábranse completamente a Mí para que Yo pueda llevarlos más y más hacia el amor maravilloso de Dios, el Creador, Quien se revela a ustedes día a día. Yo estoy a su lado y les muestro al Dios que los ama. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
María de Nazaret es la mujer del «Heme aquí» pleno y total a la voluntad divina, y en este «sí», repetido también ante el dolor de la pérdida del Hijo, encuentra la felicidad plena y profunda. (Benedicto XVI, 16 de mayo de 2012)
Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres Dios escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta está oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad. Lo subraya bien Dante Alighieri en el último canto del "Paraíso": "Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del designio eterno" (Paraíso XXXIII, 1-3). Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alabanza: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mirado la humildad de su esclava" (Lc 1, 46. 48). Sí, Dios quedó prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1, 30). Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla a toda la familia humana.
Esta "bendición" es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Esta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mundo "para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 17). (Benedicto XVI, 8 de diciembre de 2007)
“Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes”.
“Oh Señor, por culpa del orgullo de mi corazón, he vivido distraído siguiendo mis ambiciones e intereses, pero sin conseguir ocupar ningún trono. La única manera de ser exaltado es que tu Madre me tome en brazos, me cubra con su manto y me ponga junto a tu corazón. Que así sea”. (Papa Francisco, 12 de Mayo, 2017)
Para enfrentar el mal en el mundo no basta con reconocerlo, describirlo y defendernos con audacia, fuerza y estrategias humanas. Al modo del mundo no se ha podido vencer ni el mal, ni alcanzar una posible redención. Solo Cristo puede vencer las tinieblas, el pecado y la muerte.
En una modesta aldea de Nazaret resplandece la esperanza para los justos y penitentes: la más humilde y más alta de todas las criaturas: María, la esclava del Señor. Con su humildad nos invita a derribar las murallas de nuestra soberbia.
Nos dice el 26 de Agosto de 1992:
"Mis queridos hijitos, ábranse completamente a Mí para que Yo pueda llevarlos más y más hacia el amor maravilloso de Dios, el Creador”