María en las Bodas de Caná



María en las Bodas de Caná


Mensaje, 25 de agosto de 1996 
“¡Queridos hijos! Escuchen, porque deseo hablarles e invitarlos a tener más fe y confianza en Dios que los ama inconmesurablemente. Hijitos, ustedes no saben vivir en gracia de Dios, por eso los llamo a todos de nuevo a llevar la palabra de Dios en sus corazones y en sus pensamientos. Hijitos, pongan la Sagrada Escritura en un lugar visible en sus familias, léanla y vívanla. Enseñen a sus hjos, porque si ustedes no son un ejemplo para ellos, los hijos se irán por el camino de la impiedad. Reflexionen y oren, y entonces Dios nacerá en sus corazones y sus corazones estarán gozosos. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”


El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad.
Dirigiéndose a Jesús con las palabras: "No tienen vino" (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exégetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su "primer signo", la prodigiosa transformación del agua en vino.
De ese modo, María procede en la fe a los discípulos que, cómo refiere San Juan, creerán después del milagro: Jesús " manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora" (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su madre.
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término "mujer", con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión: "Mujer, ¿qué nos va a mi y a ti?", Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: "Todavía no ha llegado mi hora" (Jn. 2, 4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de San Agustín, identifican esa "hora" con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: "¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?" (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: "Jesús les dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el borde" (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: "Haced lo que él os diga", conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo "Todavía no ha llegado mi hora", junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: "Pedid y se os dará" (Mt 7, 7; Lc 11, 9).
( San Juan Pablo II, 26 de febrero de 1997)

La confianza de María en la compasión y el poder de su Hijo Jesús, es un pilar fundamental para entender el inmenso valor del ejemplo y la vida interior en la vida familiar. 
La acción del Espíritu Santo en las almas que se inundan de su presencia, por medio de los sacramentos y la oración, va concediendo al corazón y la mente, el conocimiento del amor del Señor y la riqueza de su misericordia. En medio de la tribulación y la confusión, incluso del abatimiento casi sin esperanza, la certeza en la Palabra de Dios se manifiesta con el poder sobrenatural, de quien siendo Todopoderoso se hizo Niño frágil en los brazos de su Madre. 

María pide el milagro a su Hijo, con la misma confianza con la que nos pide: “Enseñen a sus hijos, porque si ustedes no son un ejemplo para ellos, los hijos se irán por el camino de la impiedad. Reflexionen y oren, y entonces Dios nacerá en sus corazones y sus corazones estarán gozosos.”

  Las Bodas de Caná, marcan el inicio de la separación física de Jesús de María. Él, inicia su ministerio público, Ella, permanece en recogimiento y contemplación, unida a su Hijo de un modo absolutamente superior  al de los lazos de la carne y de la sangre,  
escuchando y guardando fielmente la palabra de Dios (Cf. Mc 3, 35; Lumen gentium, 58).

  No es, por lo tanto, el recogimiento  de María, una renuncia a la causa del Reino de los cielos o a las obras de caridad, que la Madre del Señor podría desempeñar.  Es más bien, un participar del modo más pleno y profundo que se debe alcanzar con el Señor: la unión plena de sus corazones en la voluntad de Dios.
“La santidad esté siempre en primer lugar en vuestros pensamientos, en toda situación, en vuestro trabajo y en vuestras palabras…”, dice la Reina de la Paz.
  Solo la generosa adhesión a la voluntad Divina, hace de nosotros verdaderos instrumentos del amor de Dios. No es la cantidad de denarios o talentos, ni el número de sacrificios, sino, desde que corazón se esta impulsando esa acción o compromiso.
  Fácilmente podemos caer en la tentación de emprender grandes obras, pero buscándonos a nosotros mismos. La Reina de la Paz nos enseña la pureza de intención, para vivir en el recogimiento de la unión al Corazón del Señor.
 Ella nos dice: “Sean verdaderos con vosotros mismos”.

  En la medida que se desarrolle internamente ese vínculo del alma al querer del Señor, las obras más modestas, simples y anónimas, serán plenamente apostólicas, expandiendo el Reino del amor del Señor y su Madre Santísima.