La Virgen está encinta






Mensaje, 2 de febrero de 2015

“Queridos hijos, aquí me tenéis. Estoy aquí entre vosotros, os miro, os sonrío y os amo como solo una Madre puede hacerlo. A través del Espíritu Santo, que viene por medio de mi pureza, veo vuestros corazones y los ofrezco a mi Hijo. Desde hace tiempo, os pido que seáis mis apóstoles y que oréis por quienes no han conocido el amor de Dios. Pido la oración hecha con amor, que realiza obras y sacrificios. No perdáis el tiempo en pensar si sois dignos de ser mis apóstoles. El Padre Celestial juzgará a todos, pero vosotros amadle y escuchadle. Sé que todo esto os confunde, como también mi permanencia entre vosotros, pero aceptadla con gozo y orad para comprender que sois dignos de trabajar para el Cielo. Mi amor está en vosotros. Orad para que mi amor venza en todos los corazones, porque este es un amor que perdona, da y nunca termina. ¡Os doy las gracias! ”


En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se halla la profecía de Isaías. «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Is 7, 14). Esta antigua promesa encontró cumplimiento superabundante en la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, la Virgen María no sólo concibió, sino que lo hizo por obra del Espíritu Santo, es decir, de Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre, hecho de tierra -para usar el símbolo bíblico-, pero viene de lo alto, del cielo. El hecho de que María conciba permaneciendo virgen es, por consiguiente, esencial para el conocimiento de Jesús y para nuestra fe, porque atestigua que la iniciativa fue de Dios y sobre todo revela quién es el concebido. Como dice el Evangelio: «Por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). En este sentido, la virginidad de María y la divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente.
Por eso es tan importante aquella única pregunta que María, «turbada grandemente», dirige al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). En su sencillez, María es muy sabia: no duda del poder de Dios, pero quiere entender mejor su voluntad, para adecuarse completamente a esa voluntad. María es superada infinitamente por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el lugar que le ha sido asignado en su centro. Su corazón y su mente son plenamente humildes, y, precisamente por su singular humildad, Dios espera el «sí» de esa joven para realizar su designio. Respeta su dignidad y su libertad. El «sí» de María implica a la vez la maternidad y la virginidad, y desea que todo en ella sea para gloria de Dios, y que el Hijo que nacerá de ella sea totalmente don de gracia.”  (BENEDICTO XVI, 18 de diciembre de 2011)
María, por razones que nos son inaccesibles, no ve posible de ningún modo convertirse en madre del Mesías mediante una relación conyugal. El ángel le confirma que ella no será madre de modo normal después de ser recibida en casa por José, sino mediante ‘la sombra del poder del Altísimo’, mediante la llegada del Espíritu Santo, y afirma con aplomo: Para Dios nada hay imposible”.

En el momento que por la acción del Espíritu Santo el Verbo eternamente engendrado, es concebido  y abraza  la naturaleza humana, al comenzar a vivir en el seno de María, toma de ella la carne, pero su existencia deriva totalmente de Dios. 
En el vientre maternal de María, al unirse lo Divino y lo humano en la persona de Jesús el Hijo del Padre Eterno, no solo se manifiesta un prodigio del amor y de la omnipotencia Divina, principio y causa de todo bien, de toda existencia y de la vida misma, que puede aplastar el poder de las tinieblas, sino que también se nos da a conocer como Dios se acerca a nosotros, hasta el extremo de abajarse a nuestra humanidad para elevarnos a la vida sobrenatural. Por eso nos dice la Madre: “Orad para comprender que sois dignos de trabajar para el Cielo.” 
La Virgen que está en cinta es signo de este triunfo del amor de Dios por la humanidad, que nos quiere hacer instrumento y testigos de su caridad infinita: “A través del Espíritu Santo, que viene por medio de mi pureza -dice la Reina de la Paz- veo vuestros corazones y los ofrezco a mi Hijo.

Dígnate presentarnos a tu Divino Hijo que, en vista de sus méritos y a nombre su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud.

En el momento que por la acción del Espíritu Santo el Verbo eternamente engendrado, es concebido  y abraza  la naturaleza humana, al comenzar a vivir en el seno de María, toma de ella la carne, pero su existencia deriva totalmente de Dios. 
En el vientre maternal de María, al unirse lo Divino y lo humano en la persona de Jesús el Hijo del Padre Eterno, no solo se manifiesta un prodigio del amor y de la omnipotencia Divina, principio y causa de todo bien, de toda existencia y de la vida misma, que puede aplastar el poder de las tinieblas, sino que también se nos da a conocer como Dios se acerca a nosotros, hasta el extremo de abajarse a nuestra humanidad para elevarnos a la vida sobrenatural. Por eso nos dice la Madre: “Orad para comprender que sois dignos de trabajar para el Cielo.” 
La Virgen que está en cinta es signo de este triunfo del amor de Dios por la humanidad, que nos quiere hacer instrumento y testigos de su caridad infinita: “A través del Espíritu Santo, que viene por medio de mi pureza -dice la Reina de la Paz- veo vuestros corazones y los ofrezco a mi Hijo.

En el momento que por la acción del Espíritu Santo el Verbo eternamente engendrado, es concebido  y abraza  la naturaleza humana, al comenzar a vivir en el seno de María, toma de ella la carne, pero su existencia deriva totalmente de Dios. 
En el vientre maternal de María, al unirse lo Divino y lo humano en la persona de Jesús el Hijo del Padre Eterno, no solo se manifiesta un prodigio del amor y de la omnipotencia Divina, principio y causa de todo bien, de toda existencia y de la vida misma, que puede aplastar el poder de las tinieblas, sino que también se nos da a conocer como Dios se acerca a nosotros, hasta el extremo de abajarse a nuestra humanidad para elevarnos a la vida sobrenatural. Por eso nos dice la Madre: “Orad para comprender que sois dignos de trabajar para el Cielo.” 
La Virgen que está en cinta es signo de este triunfo del amor de Dios por la humanidad, que nos quiere hacer instrumento y testigos de su caridad infinita: “A través del Espíritu Santo, que viene por medio de mi pureza -dice la Reina de la Paz- veo vuestros corazones y los ofrezco a mi Hijo.