María en la soledad del Sábado



María en la Soledad del Sábado

Mensaje 25 de Octubre del 2017
“Queridos hijos, en este tiempo de gracia los invito a que sean oración.  Todos ustedes tienen problemas, aflicciones, sufrimientos e inquietudes, que los Santos sean para ustedes modelo y exhortación a la santidad. Dios estará cerca de ustedes y serán renovados en la búsqueda por medio de su conversión personal. La fe será esperanza para ustedes y la alegría comenzará a reinar en sus corazones. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Todos los discípulos huyeron, menos Juan y algunas mujeres. A los pies de la Cruz está María, la Madre de Jesús. Todos la miraban diciendo: ‘¡Esa es la madre de este delincuente!  ¡Esa es la madre de este subversivo!’, decían.
«Y María oía estas cosas. Sufría humillaciones terribles. Oía también a los grandes, a algunos sacerdotes, a los que Ella respetaba, porque eran sacerdotes: ‘Si eres tan hábil y capaz ¡baja! ¡Baja!. Con su Hijo, desnudo, allí. Y María tenía un sufrimiento tan grande, pero no se fue. ¡No renegó de su Hijo! Era su carne».
El Papa recordó cuando, en Buenos Aires, iba a las cárceles a visitar a los detenidos y veía una fila de mujeres que esperaban para entrar:
«Eran mamás. No se avergonzaban: su carne estaba allí adentro. Estas mujeres sufrían no sólo por la vergüenza de esta allí – ‘¡Pero mira a esa! ¿Qué habrá hecho su hijo? – Sufrían también por las humillaciones de los controles que les hacían antes de entrar. Pero eran madres e iban a ver a su propia carne. Así como María estaba allí, con su Hijo, con ese sufrimiento tan grande».
Jesús – recordó una vez más el Papa - nos prometió que no nos deja huérfanos y en la Cruz nos dona a su Madre como Madre nuestra:
«Nosotros los cristianos tenemos una Madre: la misma de Jesús. Tenemos  un Padre: el mismo de Jesús. ¡No somos huérfanos! Y Ella nos da a luz en ese momento con tanto dolor: es un verdadero martirio. Con el corazón atravesado, acepta darnos a luz a todos nosotros en ese momento de dolor. Y, desde ese momento, Ella se vuelve nuestra Madre, desde ese momento Ella es nuestra Madre, aquella que nos cuida y no se avergüenza de nosotros: nos defiende».
Evocando a los místicos rusos de los primeros siglos, que aconsejaban refugiarse bajo el manto de la Madre de Dios, en el momento de las turbulencias espirituales, el Obispo de Roma recordó que bajo el Manto de María no puede entrar el diablo.
Porque Ella es Madre y como Madre defiende, reiteró el Santo Padre, recordando también que luego, el Occidente siguió este consejo y se escribió la primera antífona mariana: ‘Sub tuum praesidium’ ‘bajo tu manto, bajo tu amparo, Oh Madre’, allí estamos seguros.
«En un mundo que podemos llamar ‘huérfano’ – concluyó el Papa – en este mundo que sufre la crisis de una gran orfandad, nuestra ayuda es decir: ‘¡mira a tu Madre!’ Tenemos a una Madre que nos defiende, nos enseña, nos acompaña; que no se avergüenza de nuestros pecados. No se avergüenza, porque Ella es Madre. ¡Que el Espíritu Santo, este amigo, este compañero de camino, este Paráclito abogado que el Señor nos ha enviado, nos haga comprender este misterio tan grande de la maternidad de María».  (Papa Francisco, Homilía 15 de Septiembre, 2016)

Cuando la maternidad se ha vivido intensamente, según el designio Divino, es posible reconocer que la profundidad del dolor materno por la muerte de un hijo, no lo centra tanto la madre en lo que ella sufre por la ausencia de quien era parte fundamental de la vida, sino que más bien por el sufrimiento, agonía y dolor experimentado por el hijo y por quien esa Madre daría la vida misma. Es decir, más sufre la Madre por el sufrimiento del hijo que por el propio padecimiento de la soledad y tragedia vivida. 
  Nadie como María sufre y padece el sufrimiento de Cristo. Nadie ha sufrido ni padecerá el dolor que abrazó Cristo por amor a nosotros. Ni ninguna criatura podrá comprender el abismo de dolor que padeció el Corazón de María, por la agonía, muerte y sepultura de su Hijo y Señor nuestro Jesús. 
  Pero el dolor de la soledad de María, principalmente del día sábado, se hace también presente por nosotros, ya que la Madre del Señor sufre la soledad en la que la dejamos, cuando abrazamos la muerte del pecado, nos sumergimos en las tinieblas de la tibieza y nos sepultamos en el lodo de la arrogancia. Pisoteamos la Sangre de Cristo que Ella santamente recogió, con el purificador de su manto, de las piedras enrojecidas por los azotes y golpes..
  El verdadero consuelo para el Corazón Herido de María y para todos nuestros padecimientos es el de la santidad. 
“Todos ustedes tienen problemas, aflicciones, sufrimientos e inquietudes, que los Santos sean para ustedes modelo y exhortación a la santidad.” dice la Reina de la Paz.