Don de fortaleza en María

 





Don de fortaleza en María




Mensaje, 17 de enero de 1985

“¡Queridos hijos! En estos días, Satanás se ha estado ensaando con toda su maldad contra esta parroquia, mientras ustedes, queridos hijos, se han dormido en la oración y sólo unos cuantos participan en la Santa Misa. Sean fuertes en estos días de prueba! Gracias por haber respondido a mi llamado!”




 Los dos tipos fundamentales del don de fortaleza aparecen en nuestra Madre María: el heroísmo de la fidelidad absoluta a los más humildes deberes cotidianos y el heroísmo de las grandes acciones.

La Virgen fiel no dejó de cumplir nunca ni el más mínimo deber inherente a su estado. Jamás cometió la menor falta moral la Madre de Dios. La trama de su existencia en Nazaret se fue tejiendo entre la monotonía familiar de cada día, pero en heróica continuidad en el cumplimiento de sus funciones de esposa y de madre, junto a San José, dentro del ambiente de un pobre  hogar de artesanos. Cuando iba en la fuente por agua, mezclada entre el  grupo de las demás aldeanas, ¿quien hubiese podido suponer que Ella era la Madre de Dios y Madre de los hombres, la corredentora del mundo, la que ayudaba a soportar la carga de todos nuestros pecados y a conseguir la salvación del universo?. En ella todo ocurría por dentro, en el dinamismo poderoso de la vida interior, en las honduras de su unión con todo el misterio de Cristo...

El Espíritu Santo, que impulsaba a los demás mortales hacia la santidad,  la movía continuamente en su alma, para abrazar hasta el extremo del dolor, los bastos horizontes de la redención.

Las pruebas exteriores que padeció en su vida, que aparentemente era igual que la de cualquier otra mujer, no son sino débiles indicios, sin proporción con el drama espiritual que se desarrollaba incesantemente en su corazón.


El viaje a Aín Karim, el penoso traslado a Jerusalén y el no hallar sitio en las posadas de Belén, cuando estaba apunto de dar a luz, en la precipitada huída a Egipto en plena noche, con la angustia del peligro de muerte que amenazaba a su hijo, la permanencia en el destierro, el retorno a Nazaret y la vida oculta, laboriosa, sin relucir, en la pobreza, la vecindad y en la vida cotidiana con su familia que no conocía ni su grandeza, por ser Madre de Dios, ni la grandeza de su Hijo el Verbo Encarnado: este fue el cuadro de la vida que llevó en este mundo la Madre del Señor. La Sagrada Familia, objeto de predicción de la Trinidad sobre la tierra, pasó desapercibida a los ojos de los hombres.

 Jamás murmuró María ni se mostró indecisa o insegura: la Virgen del “hágase" estaba siempre dispuesta cumplir la voluntad de Dios, sin rehusar nada. Fiel en todo hasta la menor detalle, se adhería con invencible firmeza al querer divino, vislumbrándolo en la fe: admirable tipo de la fortaleza cristiana, que no se puede explicar hasta tal grado más que por la continua asistencia, en cada uno de sus actos en la plenitud del Espíritu Santo.

 El Calvario fue la respuesta más heroica de su Corazón de Madre, en la ofrenta total, sin reservas, de su Hijo amadísimo, como rescate por todos los pecados de los hombres, sin aspavientos de dolor, sin debilidades, con valentía y gozo de un sacrificio salvador, síntesis sublime de la fostaleza cristiana, que hizo de rlla, bajo la acción del Espíritu Santo, la "Reina de los mártires".

 Junto con el don de Consejo, el de Fortaleza es la gracia de perseverar resueltamente en la búsqueda de la santidad y el cielo. El Papa Juan Pablo II observava el 14 de mayo de 1989, antes del rezo del Regina Coeli: "Quizás nunca más que hoy, la virtud moral de la Fortaleza necesita ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de Fortaleza es un impulso sobrenatural que confiere vigor al alma, no sólo en momentos dramáticos, como el del martirio, sino también en las condiciones habituales de dificultad: en la lucha por mantenerse fieles a los principios; en la soportación de las ofensas y los ataques injustos; en la perseverancia valiente, aun en medio de incomprensiones y dificultades, en el camino de la verdad y la honestidad". La Fortaleza, don del Espíritu Santo, no elimina las vicisitudes de la vida ni anula los esfuerzos del Maligno, pero nos permite compartir la intuición de san Pablo y ser fieles a ella: "Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Co 12,10).


"Padre, líbranos de todo lo que ha tomado el primer lugar en nuestra vida y que impide que Tú ocupes ese lugar. Padre, sana nuestras relaciones a fin de que seamos curados y lleguemos a ser santos. Danos amor unos por otros, Te lo suplicamos y sana las relaciones que están lastimadas en las familias, a fin de que cada esposo pueda decirle a su esposa: "Te deseo el bien", que cada esposa pueda decirle a su esposo: "También yo te deseo el bien," que los padres unidos puedan decir a sus hijos eso mismo y también éstos puedan responderles igual. Que el bien encuentre espacio en las familias, de tal modo que en todas las familias, por Jesucristo, Tu Hijo, puedan vivir en paz y en el bien. Concede el gozo a todos los corazones y especialmente a los que en estos momentos están tristes porque nadie los ama, porque piensan que nadie les desea el bien y por favor, libera todos los corazones del odio y de cualquier sentimiento negativo, para que la alegría ilumine a todas las personas. Y danos el espíritu de oración para que nuestro corazón esté constantemente extendido hacia Tu Hijo Jesús. Te suplicamos que nos envíes a Tu Espíritu Santo para que El pueda transformarnos en nuevas personas que viven en Ti y actúan a partir de Ti, por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén."


(Fray Slavko , Medjugorje, Enero 27 de 1998)