La alegría en María

 




La alegría en María



Mensaje, 25 de septiembre de 1996


“¡Queridos hijos! Hoy los invito a ofrecer sus cruces y sus sufrimientos por mis intenciones. Hijitos, yo soy su Madre y deseo ayudarles obteniendo para ustedes la gracia de Dios. Hijitos, ofrezcan sus sufrimientos como un regalo a Dios, a fin de que se conviertan en una hermosísima flor de alegría. Por so, hijitos, oren para que sean capaces de entender que el sufrimiento puede convertirse en alegría y la cruz en camino de alegría. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”



 ¿Cómo podemos definir la alegría? En una primera aproximación podemos decir que la alegría o gozo es el descanso en la posesión del bien amado, y esta alegría es tanto mayor cuanto más grande es el bien amado y más clara la conciencia de su posesión. Y puesto que lo más noble que podemos amar, después de Dios, es al mismo hombre, la felicidad está estrechamente relacionada con la amistad con Dios y con los demás. Por eso, por el mismo motivo que Dios hizo al hombre para la felicidad, lo creó para el amor.


 «En realidad ―escribe Benedicto XVI― todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. (…) Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él» (Mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, 2012)


La alegría de María estaba sustentada en la fe, en la confianza, en el saber que todo depende de Dios. Era una alegría llena de esperanza porque todo lo guardaba en el corazón consciente de que todo depende del cumplimiento de las promesas de Dios. María sabía a ciencia cierta que nada puede turbar el corazón porque la vida hay que vivirla con alegría cuando el corazón es templo de Dios.


La verdadera alegría no es un entusiasmo pasajero, sino un gozo íntimo y profundo que, más allá de las circunstancias, nos acompaña en nuestro camino y nos permite estar siempre alegres, incluso en la tribulación. La alegría no se impone desde fuera sino que brota de dentro, cuando el alma está abierta a Dios, cuando se lucha por algo que valga la pena. En este sentido, la Virgen María aparece ante nosotros no sólo como modelo de persona que supo vivir siempre alegre, dichosa y feliz, sino también como aquella que es “causa de alegría” para los demás. 


Proclamamos en el credo nuestra fe en el papel de María en relación con Aquel que vino al mundo para “acrecer la alegría y aumentar el gozo”. Ella con su “sí” obediente a la voluntad de Dios concibió en su seno y dio a luz al Hijo de Dios, cuyo nacimiento fue anunciado por los ángeles como “una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (Lc 2,10). De este modo, el “sí” de María es motivo de alegría para cuantos estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte, pues a través de ella vino al mundo el Señor de la vida. Con toda razón los creyentes exultan de gozo y la invocan: “María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros”. Ella, con toda justicia, merece este título.  Ante todo, porque nos ha traído la auténtica alegría: la alegría de la salvación en la persona de su Hijo. Con el antiguo himno Akathistos, de los cristianos de Oriente, le decimos: “Salve, María, por ti resplandece la dicha. Salve, por ti se eclipsa la pena. Salve, por ti, con los cielos, se alegra la tierra” (Estrofas 1 y 7).


"Pero, la Virgen María es “causa de nuestra alegría” no sólo por habernos dado a Jesucristo sino, también, por el testimonio de alegría de su propia vida y porque con su acción permanente contribuye eficazmente a nuestra felicidad. Lo que María fue en su vida histórica para su Hijo y para las gentes de su tiempo, lo sigue siendo hoy para todos nosotros, pues “una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz” (Concilio Vaticano II, LG 62).

 

“La alegría es como el sol: ilumina a quien la posee y reanima a cuantos reciben sus rayos” (San Pablo de la Cruz). Si María es causa de nuestra alegría es porque ella misma la tiene en abundancia y nos la comunica. Nadie puede dar lo que no tiene. En su vida histórica, la Virgen María rebosaba alegría y la contagiaba por doquier. ¿De dónde le brotaba a María tan exuberante felicidad? ¿Qué producía en Ella semejante manantial de dicha? “¿Cuál es la fuente misteriosa, oculta, de tal alegría?”, se preguntaba Juan Pablo II en Lourdes (31-5-1979). La respuesta no podía ser otra: “Es Jesús, el Hijo de Dios, al que Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo”. Uno sólo es el origen, una sola la fuente: el amor y la fidelidad a Dios. María se sabía de Dios y Él copaba su ser entero, impregnándolo de gozo hasta los tuétanos. María fue alegre y feliz porque tenía en cuenta a Dios en su vida y lo amaba en el cumplimiento fiel de su voluntad sobre Ella. Estaba llena de gracia, llena de Dios y, por tanto, llena de la más auténtica y genuina alegría. María está llena de Dios y, por eso, rebosa alegría como un torrente que sale de su interior, sin que lo pueda evitar. Ella contagia a su alrededor esa alegría especial que tienen las personas que están cerca de Dios.


Así se explica lo ocurrido en la visita de María a su prima: “Sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de alegría el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,41-45). Todo esto tiene una explicación: Quien vive en Dios comunica alegría. El corazón de Isabel se llena de alegría y el niño salta de gozo en su seno por el saludo alegre de María, a quien hacía pocos días el ángel Gabriel la saludaba contagiándole el gozo de Dios: “Entrando en su presencia le dijo: “Alégrate, llena de Gracia”, el Señor está contigo” (Lc 1,28). La alegría de María, la que le comunica Isabel en su saludo y la que Ella canta en el Magnificat, tiene un origen, tiene una fuente: es Dios." (Benedicto XVI)


¡María, Tu que eres la causa de la alegría, quiero ser para Ti lo que era Jesús en tu vida! ¡Quiero que la alegría, más allá de mis dificultades y mis problemas, sea la razón de ser de mi vida! ¡Tu eres la llena de gracia, María, y esa gracia es la fuente de la alegría porque es vivir en comunión con Dios! ¡Ayúdame a que mi vida esté siempre unida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! ¡Como sucedió contigo, María, que todo mi ser esté inundado por la presencia de Dios, que todo lo que soy y piense, que todo lo que crea y haga, lo que sueñe y espere esté siempre en armonía con Él que es la fuente suprema de la alegría! ¡Que yo sepa, María, encontrar la felicidad y la alegría en mi vida poniendo toda mi vida a disposición de Dios! ¡Que sepa decirle siempre que sí a Jesús! ¡Ayúdame, María, a impregnar toda mi vida de una humildad profunda y sincera que me permita aceptar aquello que no comprenda de la voluntad de Dios con alegría! ¡Ayúdame a tener una fe alegre y cierta, en constante diálogo íntimo con el Señor, para que me permita abrir la mente y el corazón a la alegría! ¡Ayúdame, María, como hiciste Tu a encontrar la felicidad y la alegría en el servicio para llevar la presencia de Dios y el amor a los que lo necesitan! ¡Ayúdame sobre todo, María, a vivir mi vida como la viviste Tu sin mirar mis problemas y mis necesidades sino poniendo toda mi vida al servicio de Dios y ser capaz de encontrar así la auténtica alegría! ¡Concédeme la gracia, Espíritu Santo, de poner en mi corazón la misma alegría de la Virgen María! ¡Conviértete, María, en la razón para estar siempre alegre! (Miguel Ponce)


Atentamente Padre Patricio Romero