Virtud de la prudencia en María

 




Virtud de la prudencia en María



Mensaje, 25 de julio de 1999

“¡Queridos hijos! Hoy también me regocijo con ustedes y a todos los invito a la oración de corazón. Hijitos, los invito a que todos agradezcamos a Dios aquí conmigo por las gracias que les da a través de mí. Deseo que comprendan que aquí quiero crear no sólo un lugar de oración sino también de encuentro de corazones. Deseo que mi corazón, el de Jesús y vuestro corazón se fundan en un corazón de amor y de paz. Por tanto, hijitos, oren y alégrense por todo lo que Dios hace aquí, a pesar de que Satanás provoca pleitos e intranquilidad. Yo estoy con ustedes y los conduzco a todos por el camino del amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”




La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.

Hay virtudes naturales, o sean hábitos buenos, adquiridos por la frecuente repetición de actos que hacen más fácil la práctica del bien honesto. El hombre puede adquirir esos hábitos con sus solas fuerzas naturales,  son muy diferentes a las disposiciones innatas y dintistas de las virtudes infusas, que solo puede poseer el hombre por divina y gratuita infusión.

Las virtudes infusas son aquellas teologales y morales que nos da Dios con la gracia santificante, a diferencia de las naturales o adquiridas, que pueden desarrollarse en cualquier tipo de persona, que se levantan únicamente con la obra de Dios, no por repetición de actos, como sucede con las virtudes adquiridas sino por impulso sobrenatural, en la medida que el fiel no pone el obstáculo de iniquidad o tibieza.

Las virtudes infusas se inspiran y regulan por las luces de la fe -totalmente ignoradas por la simple razón natural-, sobre las consecuencias del pecado original y de nuestros pecados personales, sobre la elevación infinita de nuestro fin sobrenatural, sobre la necesidad de amar a Dios, autor de la gracia, más que a nosotros mismos, y sobre las exigencias de la imitación de Jesucristo, que nos lleva a la abnegación y renuncia total de nosotros mismos.

La prudencia es una gran virtud que tiene por objeto dictarnos lo que tenemos que hacer en cada caso particular. Como virtud natural o adquirida fue definida por Aristóteles la recta razón en el obrar. Como virtud sobrenatural o infusa puede definirse: Una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural.

Es la más importante de todas las virtudes morales, después de la virtud de la religión. Su influencia se extiende a todas las demás, señalándoles el justo medio en que consisten todas ellas, para que no se desvíen hacia sus extremos desordenados. Incluso las virtudes teologales necesitan el control de la prudencia, no porque consistan en el medio—como las morales—, sino por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias, ya que sería imprudente ilusión vacar todo el día en el ejercicio de las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los deberes del propio estado. Por eso se llama a la prudencia auriga de las virtudes, porque las dirige y gobierna todas.

Contemplemos las virtudes cardinales en Nuestra Madre Santísima: 

“María fue la Virgen prudentísima: prudentísima respecto al fin que se propuso, que fue el agradar siempre y en todo a Dios, sirviéndole y amándole con toda la capacidad de que era capaz su corazón; prudentísima en los medios por Ella empleados, que fueron escogidos con madurez, circunspección y consejo” [Antonio Royo Marín]

La prudencia, dicen algunos, es hacer la cosa justa en el momento justo y en el mejor modo posible, y también se dice que ella se prueba en el silencio y en el hablar y de esto es modelo María santísima por ej. ante la profecía de Simeón calla y medita en su corazón; pero en el anuncio del Ángel, al saludo de santa Isabel o durante las bodas de Caná sabe hablar.


"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por ser nuestro Padre bueno y en nombre de Tu Hijo Jesús y de María queremos pedirte que nos concedas el espíritu de oración para que podamos encontrarte en la oración y para que encontremos en nuestros corazones Tu Corazón Paternal. Líbranos, oh Padre de todo aquello que dificulta nuestro encuentro. Eres el Padre buenos que no nos olvida y no puede olvidarnos. Por eso, junto con María y en nombre de Tu Hijo Jesús, te agradecemos por todas las gracias que nos has dado aquí a través de Tu humilde sierva María. Abre nuestros ojos, para que podamos reconocer Tu obra aquí en Medjugorje y así estar agradecidos. Perdónanos, oh Padre si nos hemos convertido en ciegos en nuestras vidas, en esta Parroquia y en el mundo entero. Líbranos de esta ceguera, para que podamos ser alegres testigos de Tu inmenso amor por nosotros cada día. Danos la gracia de poder mantener vivo este lugar de oración, creado por María, y especialmente Te pedimos que limpies nuestros corazones para que puedan convertirse en un solo corazón con el corazón de Jesús y María, y así todos tengamos corazones de amor y paz."  (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, 27 de julio, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero