Virtud de la justicia en María

 



Virtud de la justicia en María



Mensaje, 25 de marzo de 1998


“¡Queridos hijos! También hoy los llamo al ayuno y a la renuncia. Hijitos, renuncien a lo que les impide estar cerca de Jesús. De manera especial los llamo: Oren, ya que únicamente con la oración podrán vencer vuestra voluntad y descubrir la voluntad de Dios aun en las cosas más pequeñas. Con vuestra vida cotidiana, hijitos, ustedes llegarán a ser ejemplo y testimoniarán si viven para Jesús o en contra de El y de Su voluntad. Hijitos, deseo que lleguen a ser apóstoles del amor. Amando, hijitos, se reconocerá que son míos. Gracias por haber respondido a mi llamado!”



 Según la definición ordinaria dada por santo Tomás de Aquino,  es la justicia "la voluntad firme y constante de dar a cada cual lo suyo". Dar a cada uno lo suyo y darle lo justo es lo mismo. El ámbito del derecho y el de la justicia se identifican S3. Por "derecho" entiende santo Tomás lo debido estrictamente dentro de los términos de la igualdad, y de la igualdad proporcional 54. "Dar a cada uno lo suyo" no significa dar a todos lo mismo. La igualdad debe ser proporcional, esto es, correspondiente a la dignidad y derechos de cada uno. Sólo cuando todos son iguales tienen derecho a lo mismo, pues si hay diferencia, la medida de los derechos respectivos es también diferente. En la vida moral se corresponden poderes y deberes, talentos y responsabilidades, derechos y obligaciones. La diversidad de dones y deberes, de derechos y obligaciones correspondientes la expresó san Pablo en la viviente imagen del cuerpo humano, dotado de diversos miembros y funciones.

El concepto de justicia en su sentido estricto se realiza con toda claridad donde se exige la perfecta igualdad; es el caso exclusivo de la justicia conmutativa, en la que se exige un valor exactamente correspondiente entre lo que se da y se recibe.

Lo que es común a toda justicia tomada estrictamente es el regular no tanto la armonía de los corazones — ese oficio le corresponde al amor —, cuanto la armonía de los actos exteriores, o sea el orden de las cosas y de los bienes. Pero la justicia en sentido bíblico, que vive del amor gratuito de Dios, se mide siempre por el patrón del amor y da siempre más de lo que es estrictamente debido. Ella es amor.


La perfección evangélica supone el cumplimiento cabal de la justicia, pero la desborda.

1.° El cristiano debe cumplir con lo exigido por la justicia con espíritu de caridad; lo que no quiere decir que haya de figurarse cumplir con un acto de caridad especial por cumplir amorosamente con una obligación de justicia.

2.° La caridad no se preocupa por saber cuáles son los límites estrictos a que obliga el derecho ajeno, sino que mira sólo a la necesidad del prójimo.

Presta incluso su ayuda a quien perdió el derecho a ella, a ejemplo de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, y que nos ofrece los dones de su gracia aun cuando por nuestras culpas los henos malbaratado.

3.° La caridad está siempre pronta a renunciar a sus propios derechos en provecho del prójimo, suponiendo que se trate de derechos a los que se puede renunciar sin daño del prójimo o de la propia alma (Cf. sermón de la montaña, Mat 5, 38-42).

El intento de subordinar la virtud (le la religión a la virtud cardinal de la justicia es legítimo cuando por esta virtud no se entiende única y principalmente la justicia humana entre los hombres ni la regulación de los simples bienes materiales. Es contrario al pensamiento bíblico considerar la religión como un simple apéndice o prolongación de la justicia. que regula las relaciones de los hombres entre sí.

En la revelación, la idea de la justicia es más bien la de la justicia de Dios que se muestra, ya en sus sentencias de condenación, ya en su indulgencia. La obra más maravillosa de la justicia divina es la justificación del pecador. Ya los profetas proclaman que por su justicia, Dios salva y redime. La revelación más tremenda y feliz de la justicia divina es la muerte redentora de Cristo en la cruz, la cual funda la esperanza del injusto, del pecador, en la justicia salvadora de Dios.

Bíblicamente hablando, en primera línea hay que colocar la santidad y la justicia de Dios, luego la justicia comunicada al hombre por Dios (la cual constituye un don y un deber), y finalmente el cumplimiento del amor a Dios debido por mil títulos de justicia. Sólo entonces viene la justicia entre los hombres, que, bíblicamente, es tal cuando se cumple por consideración a Dios, es decir, por el amor y la obediencia a Dios debida.

El culto rendido a Dios realiza la idea de justicia, no menos que la justicia entre los hombres, pues si la religión no es un contrato entre iguales, ni establece una estricta igualdad entre lo que se da y se recibe, es, sin embargo, el don y deber más primordial de la " justicia". En este sentido dice Jesús al Bautista: "Conviene que cumplamos toda justicia" (Mt 3, 15).

La justicia de Dios es justicia que se desborda, que derrama beneficios, que se comunica y que justifica cuando al lado de la verdadera culpabilidad descubre aún una brizna de buena voluntad. Así es precisamente la justicia divina, que reparte inmerecidos beneficios a sus más necesitadas criaturas, aun cuando no les asista ni el más mínimo derecho.

Y, sin embargo, la balanza de la justicia se mantiene en equilibrio, gracias a los méritos sobreabundantes de Cristo. La manifestación de esta divina justicia es la divina actuación del más incomprensible amor.

La reverencia y adoración que a Dios pueda ofrecer la criatura, hija suya, es un estricto deber de justicia. Pero el hombre debe convencerse de que nunca llegará a la medida deseable, o sea a tributarle tanto honor cuanto Él merece, a glorificarlo con una gloria tan aquilatada como la que Él concedió al hombre y le concederá aún.

Debe, pues, el cristiano guardarse de aplicar a Dios y a sus relaciones con Él el mismo concepto de justicia humana, como si fuera unívoco en ambos casos; más bien debe fundir la rigidez de la justicia humana para modelarla a imagen de la divina. Jamás debe reclamarle a Dios ningún derecho, pero tampoco ha de temer que Dios se muestre injusto para con sus buenas obras y sus méritos. Se contentará con saber que, ante Dios, tiene una deuda de gratitud que nunca llega a saldarse, con lo cual mostrará mayor fervor en el agradecimiento, en el amor, en el culto. En este sentido no hay para el cristiano "obras de supererogación". Cuanto más amamos y honramos a Dios, tanto menos hemos de creer que hemos pagado ya parte de nuestra deuda, pues a medida que adelantamos contraemos mayores deudas de amor para con Él. Al límite opuesto consideremos el pecado, la repulsa de la adoración, de la obediencia, del amor a Dios: esto sí que realiza en sentido pleno el concepto de la injusticia; e injusticia tal, que ante ella todas las injusticias con los hombres no son más que sombra, la negra sombra que se proyecta sobre el mundo de la injusticia para con Dios.

La justicia se fundamenta sobre la práctica del bien y la evasión del mal, en la B.V. María por el testimonio que nos dan los Evangelios y la Tradición de la Iglesia sabemos que no hubo huella de pecado por lo que el mal no es concebible en ella, y siempre estuvo a disposición de la voluntad divina, por ende, procurando el bien.

En las virtudes conexas a la justicia podemos ver el testimonio de María, por ejemplo en razón de la virtud de la religión escuchamos por san Lucas «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), la vemos orante en el evangelio de Juan intercediendo en las bodas de Caná, sabemos que ofreció en el Templo dos tórtolas como prescribía la Ley para su purificación así como presenta al niño Jesús a los 12 años de edad, invocaba el nombre de Dios y estaba agradecida con Él como lo transparenta el Magnificat, y su piedad filial se manifiesta en su relación con san José, cuando encuentra al niño le dice «Tu padre y yo te buscábamos» (Lc 2, 48) anteponiendo a su esposo a sí misma.

La Virgen María entregó su vida a Dios con aquellas palabras: "He aquí la esclava del Señor" Este fue un ideal, esa fue su vida. Una vida llena de rectitud, de justicia y de santidad.

La justicia con el prójimo es darle lo que le corresponde a cada uno; no defraudar a nada en cosa alguna.

La Santísima Virgen era recta con todos los que la rodeaban; se colocaba en el puesto que le correspondía y respetaba el de los demás. Ella,la Madre de Dios, debía obedecer a su esposo, y en Jesús como Madre solícita y tierna, vivió sólo para Él. También, respetó y ayudó en sus dificultades a sus parientes y conocidos.

la justicia con nosotros: nos debemos amor, respeto y aceptación, pues a veces no nos amamos a nosotros mismos; de igual manera, debemos cuidar nuestra salud física y nuestra salud espiritual.

La Santísima Virgen se amó con el verdadero amor con el que dirigía a Dios todos sus actos y hacía que todo contribuyera a mejor amarle y mejor servirle. Por eso, siempre que procuremos algún bien material y espiritual para nosotros mismos, estamos amándonos y cumpliendo con la justicia. Es una gran injusticia despreciar los dones y las gracias que Dios da a cada uno, el procurarnos el mal el crecer en la vida plena de hombre y mujeres ya que estamos llamados por Dios.

La Santísima Virgen es modelo de plenitud y perfección de vida Ella nos puede guiar por el camino de la justicia y la santidad cada día


"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por ser nuestro Padre bueno y en nombre de Tu Hijo Jesús y de María queremos pedirte que nos concedas el espíritu de oración para que podamos encontrarte en la oración y para que encontremos en nuestros corazones Tu Corazón Paternal. Líbranos, oh Padre de todo aquello que dificulta nuestro encuentro. Eres el Padre buenos que no nos olvida y no puede olvidarnos. Por eso, junto con María y en nombre de Tu Hijo Jesús, te agradecemos por todas las gracias que nos has dado aquí a través de Tu humilde sierva María. Abre nuestros ojos, para que podamos reconocer Tu obra aquí en Medjugorje y así estar agradecidos. Perdónanos, oh Padre si nos hemos convertido en ciegos en nuestras vidas, en esta Parroquia y en el mundo entero. Líbranos de esta ceguera, para que podamos ser alegres testigos de Tu inmenso amor por nosotros cada día. Danos la gracia de poder mantener vivo este lugar de oración, creado por María, y especialmente Te pedimos que limpies nuestros corazones para que puedan convertirse en un solo corazón con el corazón de Jesús y María, y así todos tengamos corazones de amor y paz."   

(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, 27 de julio, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero