Virtud de la templanza en María




Virtud de la templanza en María




Mensaje, 2 de junio de 2017

“Queridos hijos, como en otros lugares donde he venido, también aquí os llamo a la oración. Orad por aquellos que no conocen a mi Hijo, por aquellos que no han conocido el amor de Dios; contra el pecado; por los consagrados: por aquellos que mi Hijo ha llamado a tener amor y espíritu de fortaleza para vosotros y para la Iglesia. Orad a mi Hijo, y el amor que experimentáis por Su cercanía, os dará fuerza y os dispondrá para las obras de amor que vosotros haréis en su Nombre. Hijos míos, estad preparados: ¡este tiempo es un momento crucial! Por eso yo os llamo nuevamente a la fe y a la esperanza. Os muestro el camino a seguir: el de las palabras del Evangelio. Apóstoles de mi amor, el mundo tiene mucha necesidad de vuestras manos alzadas al Cielo, hacia mi Hijo y hacia el Padre Celestial. Es necesaria mucha humildad y pureza de corazón. Confiad en mi Hijo y sabed vosotros que siempre podéis ser mejores. Mi Corazón materno desea que vosotros, apóstoles de mi amor, seáis pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar: que con vuestra oración y amor mostréis el camino correcto, y salvéis almas. Yo estoy con vosotros. ¡Os doy las gracias!”




Es una virtud cardinal, que consiste en moderar los apetitos de los sentidos, sujetándolos a la razón. Esta, implica un sin número de virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre, lo cual nos lleva a imitar a Jesús. Esta virtud, nos hace personas libres y felices, a poseer la mansedumbre que ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad, el conocimiento de las propias debilidades, el hacer sacrificios y mortificaciones por Dios y los demás, y poseer carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar por sus emociones, deseos o pasiones . La persona que pose esta virtud, refleja paz hacia los demás. La templanza es un fruto y atributo esencial en el crecimiento espiritual (Prov. 16:32).

La templanza es una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida del cristiano. La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos. La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie, donde la virtud de la templanza regula el deleite de moto que sea solo en cuanto facilite la busqueda del fin, y no abadone la condición de medio, e instrumento, de manera que en la obstención del bien sea constituido el mismo en la causa de la satisfacción y no el instrumento del placer.

Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida cristiana o simplemente humana.

Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de los justos límites, la templanza infusa inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida la vida pasional.

La templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.

Pero en María no existía ni desorden  ni disonancia; no habiendo en Ella huella de iniquidad ni heridas de pecado, en virtud de la Maternidad  para la que fue llamada por la Divina Providencia, desde su concepción inmaculada, solo podía crecer en adhesión, conocimiento y colaboración      amorosa con el plan del Divino Redentor. porque sin remurmurar los apetitos y sin adelantarse a la razón, Ella dejaban obrar a todas las virtudes con tanta armonía y concierto que, se fortalecía la unión de su Materno Corazón al Corazón de su Divino Hijo y Señor. Como no había desmanes de los apetitos que reprimir, de tal manera ejercitaba las operaciones de la templanza, que no pudo caer en su mente especies ni memoria de movimiento desordenado; antes bien imitando a las Divinas perfecciones eran sus operaciones como originadas y deducidas de aquel supremo ejemplo, y se dirigían a Él,  como a única regla de su perfección y como fin último de toda su existencia.

 La abstinencia y sobriedad de María Santísima fue admiración de los Ángeles; porque siendo Reina de todo lo criado y padeciendo las naturales pasiones de hambre y sed, no apeteció jamás los manjares que a su poder y grandeza pudieran corresponder, ni usaba de la comida por el gusto mas por sola necesidad; y ésta satisfacía con tal templanza, que ni excedía ni pudo exceder sobre lo ajustado para el sustento de la vida; y que por unión profunda al desinio eterno del sacrificio redentor y  al padecimiento de los justos y desamparados, por su condición de Esclava del Señor y Madre de la Iglesia, abrazaba el sacrificio cotidiano, el padecer por Cristo,  el dolor del hambre y la sed, y dejando que la moción de la gracia diera lo necesario para que no recibiera daño o alteración para el ejercicio de su deber maternal.
 De la Pureza Virginal y Pudor de la Virgen de las vírgenes no pueden hablar dignamente los supremos Serafines; pues en esta virtud, que en ellos es natural, fueron inferiores a su Reina y Señora; pues con el privilegio de la gracia y poder del Altísimo estuvo María Santísima más libre de la inmunidad del vicio contrario que los mismos Ángeles, a quienes por su naturaleza no puede tocarles. 
De su clemencia y mansedumbre dijo Salomón que la ley de la clemencia estaba en su lengua (Prov., 31, 26); porque nunca se movió que no fuese para distribuir la gracia que en sus labios estaba derramaba (Sal., 44, 3). La mansedumbre gobierna la ira y la clemencia modera el castigo. No tuvo ira que moderar nuestra dulce Madre y Reina.
Todas sus reprensiones fueron más rogando, amonestando y enseñando, que castigando; y esto pidió ella al Señor, y su Providencia lo dispuso así, para que en esta sobreexcelsa Reina estuviese la ley de la clemencia (Prov., 31, 26) como en original y en depósito, de quien Su Majestad se sirviese, y los mortales deprendiesen esta virtud con las demás.
 Y en las otras virtudes que contiene la modestia, especialmente en la humildad, y en la austeridad o pobreza de María Santísima, para decir algo dignamente serían necesarios muchos libros y lenguas de Ángeles. 
  Madre del mismo Dios, se humilló al más inferior lugar de todo lo criado. Y la que gozando de la mayor excelencia de todas las obras de Dios en pura criatura, no le quedaba otra superior en ellas a que levantarse, se humilló juzgándose por no digna de la menor estimación, ni excelencia, ni honra que se le pudiera dar a la mínima de todas las criaturas racionales.
Lo admirable es que se humille más que todas juntas las criaturas aquella que, debiéndosele toda la majestad y excelencia, no la apeteció ni buscó; pero estando en forma de digna Madre de Dios, se aniquiló en su estimación, mereciendo con esta humildad ser levantada como de justicia al dominio y señorío de todo lo criado. (María de Agreda)




"Dios, Padre nuestro, en nombre de Tu Hijo Jesús, junto con María, Tu humilde sierva, la Reina de la Paz, queremos darte gracias por el amor que nos tienes. Queremos, sin embargo, pedirte ahora que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón, a fin de que podamos responder al llamado de María Santísima a la oración y que, en la oración, podamos abrirnos a Ti. Danos la gracia de poder reconocer de manera especial Tu amor por nosotros a través de las apariciones de María. Que a lo largo de toda nuestra vida podamos responder a Tu amor por nosotros. También Te pedimos por nuestras familias, llena los corazones de todas las madres y de todos los padres de familia, así como los de sus hijos, para que puedan renovar la oración y reconozcan Tu amor por ellos en la Sagrada Escritura. Que, como familias, puedan responder también al amor que Tú les tienes. Haz que entendamos Tu palabra y Tu amor y que ésta llegue a ser para nosotros la luz y la verdad. Danos a todos un nuevo corazón que sea semejante al corazón de María, para que también nosotros guardemos y reflexionemos activamente en Tu palabras. Te pedimos por todos los que sufren en este momento y que por ese motivo, pudiera dudar de Tu amor. Haz que el Espíritu Santo los ilumine y los conduzca a Ti, nuestro Padre bueno. En nombre de Tu Hijo Jesús y por intercesión de María Reina de la Paz, llévanos a todos al camino de la salvación, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén."     (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, Enero 29, 1999)