Virtud de la fortaleza en María





Virtud de la fortaleza en María




Mensaje, 25 de junio de 1999

“¡Queridos hijos! Hoy les agradezco porque viven y testimonian con su vida mis mensajes. Hijitos, sean fuertes y oren para que la oración les de fuerza y gozo. Sólo así cada uno de ustedes será mío y yo lo guiaré por el camino de la salvación. Hijitos, oren y testimonien con su vida mi presencia aquí. Que cada día sea para ustedes un testimonio gozoso del amor de Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”



"La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)." (CEC 1808)

 Las virtudes morales infundidas por Dios son necesarias para obtener la plenitud de la felicidad en la bienaventuranza. Por esto éstas difieren no simplemente en el grado de perfección sino sobre todo por la especie, de las virtudes morales adquiridas. La diferencia respecto al tipo de virtud (specie) deriva del tipo distinto de bienes a los cuales estas virtudes están ordenadas.  

Las virtudes morales infusas confieren a nuestros actos proporcionalidad con nuestra condición de hijos de Dios, y con nuestro fin sobrenatural, concediendo la capacidad de responder heroicamente a las exigencias de la llamada a la santidad. Esta diferencia entre los bienes humanos y el Sumo Bien, como fin y motivación de las virtudes humanas y sobrenaturales, establece gran diferencia en la conducta. 

La fortaleza, como todas las virtudes, está ordenada a la humanización de los apetitos sensitivos, es decir, a volver los apetitos con-formes con el bien racional. El valor, en particular, nos impide ser abatidos irracionalmente por las dificultades.  

En la perspectiva cristiana, la virtud de la fortaleza se dirige, principalmente, al «temor a las cosas difíciles, capaces de retraer a la voluntad de seguir a la razón». El cristiano, dice san Agustín, «ama a Dios con un corazón indiviso, al que ningún mal puede hacer vacilar».

La persona fuerte, como ocurre con toda verdadera práctica de la virtud moral, debe contar con la verdadera prudencia, a fin de comprender el desarrollo propio de la acción valerosa. Puesto que la prudencia cristiana actúa en todas las virtudes que rigen la conducta, la fortaleza no imita la audacia del soldado.  

La virtud de la fortaleza domina nuestros miedos,  en cuanto frena el impulso a abandonar las acciones dirigidas a la búsqueda del bien frente a los obstáculos. 

Escribe santo Tomás: «La fortaleza sirve para comportarse bien en todas las adversidades. Pero un hombre no es calificado de fuerte, en sentido absoluto, porque soporta cualquier adversidad, sino sólo porque soporta los males más graves»

La virtud de la fortaleza se especifica por sus actos, de los cuales el más grande es el de saber resistir, siendo el sufrir por causa de la fe en Cristo el testimonio más grande de fortaleza que tiene su culmen en el martirio.

«…el dolor de la Virgen fue el más extenso, porque abrazó toda su vida; el más profundo, porque procedía del más profundo de todos los amores: el amor hacia su Hijo, que era a la vez su Dios, y el más amargo porque no hay tormento ni amargura que se pueda comparar al martirio que sufrió María al pie de la cruz»[9].

Toda la vida de la B.V. María se vio caracterizada por este testimonio de fe, la huida a Egipto, la escucha de los que atentaban contra Jesús mientras el desarrollaba su ministerio público, hasta el contemplarlo al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25) “Mientras los discípulos huyeron ella se mantenía firme delante de la cruz, con ojos llenos de afecto contemplaba las heridas del Hijo, pues buscaba no la muerte del Hijo, sino la salvación del mundo…”


"Dios, Padre nuestro, ...deseamos agradecerte muy conscientemente por Tu amor y por enviarnos a María que nos acompaña diariamente y que desea llevarnos por el camino de la salvación. Te damos gracias, querido Padre, por Tu amor infinito y porque en vez de rechazarnos por nuestros pecados nos has acercado más a Tu Corazón. Con María y en nombre de Tu Hijo, Jesucristo, Te pedimos, oh Padre, que nos des Tu Espíritu de fortaleza a fin de que, con Tu gracia, podamos luchar contra todo pecado y los malos hábitos. Que salgamos triunfantes, que incansablemente luchemos contra todo lo que es negativo e incansablemente nos empeñemos por todo lo bueno que, nos rodea. Danos la fortaleza de Tu Espíritu para ser capaces de dar testimonio de Tu amor ante cualquier situación. Padre, Te damos gracias por todas esas personas que, por la fe y la confianza en Ti, han emprendido el camino de la paz. Te damos gracias por todos aquellos que han recibido de Ti el gozo y la fortaleza en el Sacramento de la Reconciliación y en la Eucaristía, convirtiéndose por tanto en testigos de Tu amor. Líbralos de cualquier tentación y hazlos descubrir que Tú puedes transformarlo todo para bien..."  (Fray Slavko, Medjugorje, Junio 28, 1999)



Atentamente Padre Patricio Romero