El silencio de María





El silencio de María 




Mensaje, 25 de julio de 1989

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a renovar sus corazones. Abranse a Dios y entréguenle a El todas sus dificultades y cruces para que Dios pueda transformarlo todo en gozo. Hijitos, ustedes no pueden abrirse a Dios si no oran. Por eso, a partir de hoy, decídanse a consagrar una parte del día únicamente para encontrarse con Dios en el silencio. De esa manera, ustedes serán capaces, con Dios, de dar testimonio de mi presencia aquí. Hijitos, Yo no deseo obligarlos sino que libremente ustedes den su tiempo a Dios como hijos de Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado!”




Nuestra Madre Santísima es también madre del silencio y de la contemplación. Ella guarda y medita la Palabra de Dios para ver en todos los momentos de su vida la divina voluntad, y cumplirla perfectamente. En esto, como en todo, es madre y maestra para los hombres.
Pero el Sábado despues de la Pasión del Señor, fue un día de soledad absoluta, de desamparo. En ese silencio, más amargo que todos los otros, cuando María se ve privada de la Palabra de Dios porque el que es la Palabra se encuentra muerto y sepultado en la roca, ella sigue siendo maestra de escucha. Atenta y docil al designio de Dios, abraza la Divina  Voluntad como lo hizo en la Anunciación, así como quería hacerlo desde sus primeros dias de su infancia, inundada de la gracia, reconociendo el el plan de Dios, los brazos paternales del Creador.
Así, en esa experiencia de profundo dolor… dolor de madre… dolor de amor como nunca nadie volvió a sentir en la tierra, porque nunca nadie volvió a amar como María ama a su Hijo. Ella nunca pierde la esperanza; la constante contemplación de la palabra y su unión profunda y cotidiana con Dios, le hacían ver con claridad y confiar en que la muerte no es la última palabra. El silencio le otorga la primacía de la voluntad de Divina y reconoce la omnipotencia  plena a la Palabra eterna de Dios.
Vivir el misterio de la Cruz y acompañar a María en la desolación y el silencio del sepulcro, pone a nuestra vida el la situación más adecuada ante tanta "muerte" y frente a "muchos sepulcros".

 "Es necesario el silencio interior y exterior para poder escuchar esa Palabra. Se trata de un punto particularmente difícil para nosotros en nuestro tiempo. En efecto, en nuestra época no se favorece el recogimiento; es más, a veces da la impresión de que se siente miedo de apartarse, incluso por un instante, del río de palabras y de imágenes que marcan y llenan las jornadas. Por ello, en la ya mencionada exhortación Verbum Domini recordé la necesidad de educarnos en el valor del silencio: «Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior. La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente» (n. 66). Este principio —que sin silencio no se oye, no se escucha, no se recibe una palabra— es válido sobre todo para la oración personal, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, las liturgias deben tener también momentos de silencio y de acogida no verbal. Nunca pierde valor la observación de san Agustín: Verbo crescente, verba deficiunt - «Cuando el Verbo de Dios crece, las palabras del hombre disminuyen» (cf. Sermo 288, 5: pl 38, 1307; Sermo 120, 2: pl 38, 677). Los Evangelios muestran cómo con frecuencia Jesús, sobre todo en las decisiones decisivas, se retiraba completamente solo a un lugar apartado de la multitud, e incluso de los discípulos, para orar en el silencio y vivir su relación filial con Dios. El silencio es capaz de abrir un espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón, y anime nuestra vida. Por lo tanto, la primera dirección es: volver a aprender el silencio, la apertura a la escucha, que nos abre al otro, a la Palabra de Dios.

Además, hay también una segunda relación importante del silencio con la oración. En efecto, no sólo existe nuestro silencio para disponernos a la escucha de la Palabra de Dios. A menudo, en nuestra oración, nos encontramos ante el silencio de Dios, experimentamos una especie de abandono, nos parece que Dios no escucha y no responde. Pero este silencio de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha, incluso en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad. Jesús asegura a los discípulos y a cada uno de nosotros que Dios conoce bien nuestras necesidades en cualquier momento de nuestra vida. Él enseña a los discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt 6, 7-8): un corazón atento, silencioso, abierto es más importante que muchas palabras. Dios nos conoce en la intimidad, más que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe ser suficiente. En la Biblia, la experiencia de Job es especialmente significativa a este respecto. Este hombre en poco tiempo lo pierde todo: familiares, bienes, amigos, salud. Parece que Dios tiene hacia él una actitud de abandono, de silencio total. Sin embargo Job, en su relación con Dios, habla con Dios, grita a Dios; en su oración, no obstante todo, conserva intacta su fe y, al final, descubre el valor de su experiencia y del silencio de Dios. Y así, al final, dirigiéndose al Creador, puede concluir: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42, 5): todos nosotros casi conocemos a Dios sólo de oídas y cuanto más abiertos estamos a su silencio y a nuestro silencio, más comenzamos a conocerlo realmente. Esta confianza extrema que se abre al encuentro profundo con Dios maduró en el silencio. San Francisco Javier rezaba diciendo al Señor: yo te amo no porque puedes darme el paraíso o condenarme al infierno, sino porque eres mi Dios. Te amo porque Tú eres Tú." (Benedicto XVI, 7 de marzo de 2012)

"Todos corremos el grave peligro de vivir agitadamente. Todos estamos rodeados por tanta información, por tantos adelantos de la tecnología, por tantos diarios, por tanta radio y TV etc., que fácilmente surge el peligro de que perdamos nuestro silencio interior. Y si pensamos más allá, es ahí donde nuestro orgullo, nuestras necesidades superficiales, nuestras dependencias, todo eso derrumba nuestra paz y en nuestro corazón y en nuestra alma simplemente hay demasiado ruido. Una vez que hemos perdido este silencio interior, difícilmente podemos encontrarnos con Dios y escucharlo. Aquí podemos pensar en lo que el profeta Elías experimentó cuando llegó al monte Horeb, habiendo vagado primero por el desierto sin alimentarse más que de pan y agua. En medio de la tormenta, del huracán, del temblor de tierra y del fuego, Elías no pudo descubrir a Dios. Dios llegó en el silencio, con la brisa suave, y entonces Elías se postró de rodillas y adoró a Dios. Hacer silencio es una de las condiciones necesarias para poder escuchar a Dios. Dios no es ruidoso, Dios no grita, Dios se ofrece a Sí mismo, pero siempre en el silencio. Ahí, Dios nos permite acercarnos a El, nos da esa libertad, pero nunca Se impone a nosotros. Por eso es tan importante tomarnos el tiempo para orar y, por medio de esa oración, que lenta pero seguramente encontremos el camino al silencio interior. En este silencio encontraremos también a Jesús y, en particular, el amor que El nos tiene."   (Fray Slavko , Medjugorje, Julio 29 de 1998)


"...Oh Padre, libéranos de todo lo que nos hace salir del silencio de nuestro corazón. Que todos los corazones puedan encontrar el silencio y de ese modo permanezcan con Jesús. Revélanos Tu amor y, por medio de ese amor, transfórmanos y cámbianos. Te presentamos todo lo que está herido, lo que está deformado dentro de nosotros y ábrenos a Tu amor para ser sanados y para recibir una nueva oportunidad para crecer en nuestra semejanza a Ti. Creemos que esto es posible porque Tú eres Todopoderoso...
 ...Creemos que Tú estás llamando a cada uno y creemos que Tu amor por cada uno es capaz de transformar el corazón de todos, sana cualquier miedo y cualquier herida en las familias y en las comunidades. Danos la gracia de llegar a entender este tiempo que se nos ofrece como un tiempo de gracia y que podamos aprovecharlo para nuestra conversión personal. Oh Padre, libera nuestros corazones para que Tú puedas tener el primer lugar en nuestro corazón y que Tu amor por nosotros llene nuestras vidas. Haz que lleguemos a saber que teniéndote a Ti tenemos todo lo que nuestro corazón necesita. Gracias porque podemos hablar Contigo, despierta en nuestro corazón el profundo anhelo de volver a estar Contigo otra vez. Te lo pedimos con María, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén." (Fray Slavko , Medjugorje, Julio 29 de 1998)



  Atentamente Padre Patricio Romero