La caridad en María


 


La caridad en María 




Mensaje, 28 de febrero de 1985

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a vivir en esta semana estas palabras: YO AMO A DIOS EN TODO! Queridos hijos, con el amor, ustedes lo conseguirán todo, aún aquello que les parece imposible. Dios desea de la parroquia un abandono total. Yo también lo deseo. Gracias por haber respondido a mi llamado!”




Así queda plenamente de manifiesto el vínculo que une a María con el Espíritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando en su concepción, el Espíritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hizo de ella su morada y la preservó de toda sombra de pecado; luego, cuando por obra del mismo Espíritu concibió en su seno al Hijo de Dios; después, también a lo largo de toda su vida, durante la cual, con la gracia del Espíritu, se cumplió en plenitud la exclamación de María: «He aquí la esclava del Señor»; y, por último, cuando, con la fuerza del Espíritu Santo, María fue llevada a los cielos con toda su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria de Dios Padre.

«María -escribí en la encíclica Deus caritas est- es una mujer que ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama» (n. 41). Sí, queridos hermanos y hermanas, María es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternura y de su misericordia...

También hoy es necesaria la conversión a Dios, a Dios Amor, para que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. Nos lo recuerdan, por desgracia, las víctimas, como los militares que murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que encomendamos a la maternal intercesión de María, Reina de la paz..."  [Benedicto XVI,  5-V-06]


“El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (FC 11)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2392).


«Cada día se debe aprender el arte de amar. Escuchad: Cada día se debe aprender el arte de amar, cada día se debe seguir con paciencia la escuela de Cristo, cada día se debe perdonar y mirar a Jesús, y ello con la ayuda de este «Abogado», de este Consolador que Jesús nos ha enviado que es el Espíritu Santo.» (Papa Francisco, Regina Coeli, 21-5-2017)


«Los cristianos admiramos la belleza y cada momento familiar como el lugar donde de manera gradual aprendemos el significado y el valor de las relaciones humanas. «Aprendemos que amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa» (Erich Fromm, El arte de amar).

«María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.» (Papa Benedicto XVI, 9 de julio 2006)



Los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, han sido creados para el amor, y ciertamente en lo más profundo de nuestro ser deseamos amar y ser amados. Sólo el amor de Dios puede satisfacer plenamente nuestras necesidades más profundas y, sin embargo, mediante el amor entre marido y mujer, el amor entre padres e hijos, el amor entre hermanos, se nos permite pregustar el amor ilimitado que nos espera en la vida futura. El matrimonio es verdaderamente un instrumento de salvación, no sólo para las personas casadas, sino también para toda la sociedad. Como cualquier objetivo que vale realmente la pena, implica exigencias, nos desafía, nos pide estar dispuestos a sacrificar nuestros intereses por el bien de los demás. Nos pide practicar la tolerancia y ofrecer el perdón. Nos invita a alimentar y a proteger el don de la nueva vida. 

La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, «creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: “Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28). Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida.


"Volvamos al relato del Evangelio para oír la respuesta de Cristo a la voz de esa mujer que exclamaba: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11,28). El Señor, para que todos aprendiéramos, quiso responder con otra bienaventuranza: “Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”.

Así elogió Jesús a su Madre, por el sacrificio silencioso de su vida, llena de inmenso amor, de servicio incondicional a los planes divinos de salvación. Nos la dejó como modelo de aceptación y cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios. En la vida de María, de una madre y esposa, aprendemos que en la normalidad cotidiana de nuestros deberes familiares y sociales, cumplidos con mucho amor, podemos y debemos alcanzar la santidad cristiana. El Concilio Vaticano II ha querido recordar este valor santificador que tienen las realidades diarias para todos los cristianos, cada cual en su tarea, al enseñar con respecto a los laicos que “todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios, por Jesucristo” (Lumen gentium LG 34).

Pienso ahora especialmente en las mujeres de Chile, que saben imitar tan bien a nuestra Madre la Virgen. Doy gracias al Señor por esas virtudes femeninas con las que contribuyen al bien de todos. Le pido que toda la vida nacional se beneficie de esa ternura y fortaleza del buen sentido humano y cristiano, de la fidelidad v el amor que las distinguen. Para que se alcance un clima de serena y gozosa convivencia entre todos los chilenos, hace falta que os sigáis empeñando siempre en hacer de cada hogar un remanso de paz y una fuente de alegría cristiana. Viviendo como esposas, hijas y hermanas ejemplares, podréis difundir en la sociedad y en la Iglesia el calor del hogar de la Sagrada Familia de Nazaret." (San Juan Pablo II, Chile, Domingo 5 de abril de 1987)


"Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por hablarnos en este tiempo a través de María. Te pedimos el don del ayuno y la renuncia y que nos liberes de todo lo que nos impide estar cerca de Jesús, Tu Hijo, el Emmanuel. Libéranos de toda soberbia y egoísmo y de cualquier miedo o desconfianza. Danos un profundo anhelo por Su cercanía y a través de El, por la cercanía a Ti, oh Padre. Danos el espíritu de oración y a través de Tu Espíritu revélanos Tu voluntad para nosotros. Ayúdanos a vencer nuestra propia voluntad y que nunca más Tu voluntad nos distancie de Ti. Danos la fortaleza para que, a través de nuestra vida, lleguemos a ser apóstoles del amor. Perdónanos por todo lo que no es amor en nosotros. Te pedimos a nombre de todos los bautizados y de todos los que se llaman cristianos que podamos decidirnos por el amor y la paz. Te rogamos que nuestros corazones se abran a la resurrección que Tú, oh Jesús, nos ofreces por medio de Tu Resurrección. María, contigo le pedimos al Señor que nos bendiga a todos, a todos los peregrinos y al mundo entero, a fin de que este año del Espíritu Santo seamos iluminados y que por T u intercesión encontremos el camino al Señor. Por Cristo Nuestro Señor, ¡una feliz Pascua de Resurrección! Amén."  (Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, Marzo 27 de 1998)


Atentamente Padre Patricio Romero