La Fe de María


 


La Fe de María




Mensaje, 11 de abril de 1985

“¡Queridos hijos! Hoy quiero pedirles a todos los de la parroquia que oren de manera especial al Espíritu Santo para que sean iluminados por El. A partir de hoy Dios quiere probar de un modo particular a esta parroquia para poder fortalecerla en la fe. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”



 María la Madre de Dios, se sorprendía y se admiraba de lo que realizaba su Hijo el Redentor. María, la Virgen de la fe, guardaba en su corazón todo aquello para hacerlo objeto de su atenta contemplación.


Tan cerca de Dios como ninguna otra criatura, con su alma sorprendentemente iluminada por la acción del Espíritu Santo y sin embargo, por causa de su vida de fe, también tenía que  descubrir la presencia del Verbo a través de los signos sensibles iluminados por la Fe que le concedió el don del Señor. La prueba de fe, lejos de doblegarla cual débil caña, hacía que sus raíces profundizaran en la confianza de la Providencia Divina. Su fe era una fe fuerte que irradiaba seguridad y la movía hacia Dios. La humildad erradica la soberbia y le sencillez desarma toda suficiencia y arrogancia, quitando los obstáculos para poder creer, confiarse y abandonarse plenamente en la Voluntad Divina. Una fe viva que ayudaba a los demás a realizar la peregrinación con los ojos fijos en la altura.


La experiencia de Dios en su existencia, era más que un sentimiento profundo, muchísimo más que aquella invasión de plenitud gozosa y de conocimiento íntimo con el que Dios se ha comunicado a sus grandes amigos. Era simplemente el amor de Dios Padre por su elegido. Era el amor de todo un Dios por su Madre… Y no obstante toda esta plenitud de luz y de claridad inalcanzables, ella se veía confiada a las exigencias que le imponía el desarrollo normal de su fe. Dios no niega sino que se dona generosamente mientras no encuentre el obstáculo de la arrogancia y la falta de pureza de intención.


Cualquiera que haya tenido un poco de contacto con los escritos de los místicos, o con los verdaderos hombres de Dios, habrá sentido, sin duda alguna, el impacto de ver la inquietud y muchas veces la agotadora lucha de estos hombres que aman y creen en el Señor, pero que a causa del desarrollo de su fe eran probados con la aridez espiritual como si Dios se hubiese ausentado de sus vidas. Son en verdad momentos de terrible martirio, horas y días en que las tinieblas de mil preguntas vienen a asediar esos espíritus fuertes y lanzar contra ellos toda clase de prepotentes ataques.


Por ejemplo, el aparente silencio de Dios, ante el rechazo y dolorosa comprobación de no poder encontrar un ambiente adecuado para que naciera el Salvador de los hombres, el Creador del universo entero. Era la prueba de la fe ; penas reales, sufrimientos que calaban hasta lo más íntimo de su corazón de madre amorosísima. Y se dice silencio de Dios, no porque Dios no hable al alma en esos momentos. Sí le habla. Pero no como quisiera el alma que Dios se comunicara con ella.


Sentía la experiencia de Dios que la arropaba fuerte, apretadamente, hasta la más sutil fibra de su ser ; pero también tenía conciencia de que aún no gozaba de la visión perfecta, ni del gozo completo que produce la posesión cumplida. Mientras tanto, Ella vivía generosa su vida de fe, ante el abandono, en la Providencia amorosa de Dios que se hacía presente en su vida en aquellos profundos silencios de misterio divino.


El consentimiento de la Virgen María a la invitación de Dios era fruto de la  fe y la caridad con que Dios inundaba el Corazón Inmaculada que responde ante el misterio y designio divino con el Fiat: la Virgen se donaba  para vivir secundando la obra de Dios, no obstante que para ello tuviera que pasar por todas las pruebas propias de una fe que supera, que exige y que hiere las fibras más delicadas del ser.


Nada es absurdo para el que cree. Nada es insuperable para el que ama. Y ella amaba y creía en su Dios y a El se abandonaba. Su actitud era la de siempre : contemplar y volver a contemplar, con una mirada luminosa, el paso silencioso de Dios en su veda. Era Dios mismo quién la hacía sufrir y precisamente por causa de su Hijo. Esa era la verdadera prueba de fe, el dolor que rompía su noble alma en mil pedazos. Y Ella volvía a repetir conscientemente su palabra preferida : Fiat.


"La fe significa confiarse a Dios, dejarse guiar por El, permitirle que nos hable y ser más sensibles a Su Palabra. Esta es la fe que todos necesitamos y especialmente cuando sufrimos. Si el corazón se abre a la fe, entonces, al mismo tiempo, se abre al amor...

Todos nosotros somos Iglesia, pero igualmente la jerarquía entera. Sabemos que en ciertos países y, de algún modo, en todas partes, la Iglesia está siendo atacada y criticada hoy a causa de errores y debilidades que han sido descubiertas en su interior y a las cuales se les da gran publicidad en la prensa. Así, la desconfianza entra en los corazones de los fieles y muchos abandonan la Iglesia, muchos otros ya no desean colaborar con los Sacerdotes, los Obispos y el Papa, aún cuando fueron bautizados como católicos y anteriormente practicaron su catolicismo. Esto no concierne a una crítica sino simplemente a un llamado para que, en esta Cuaresma, pensemos y tratemos todos esos problemas y que, haciéndolo así, podamos crecer en el amor a la Iglesia. Si tenemos éxito en ello también seremos capaces de amar a todas las personas que nos rodean...

Este es el amor, un amor maternal, que pude conmover nuestro corazón y que, (en estos 16 años y 8 meses,) ha ayudado a muchos, muchísimos peregrinos a abrirse a Dios y a recorrer un nuevo camino. La bendición de María, siendo una bendición maternal, seguramente nos acompañará y esto, especialmente en este tiempo de Cuaresma. Creo, una vez más, que es importante recalcar aquí que la oración y el ayuno no son un fin en sí mismos, sino más bien el camino o los medios para abrir el corazón a los dones de la fe y el amor que nos son dados por Dios a través de María y que dan sus frutos en nuestro amor a la Iglesia y a toda la gente que nos rodea. Por tanto, es mucho muy importante que durante este tiempo de gracia vivamos realmente de tal modo que nuestros corazones puedan cambiar..."  (Fray Slavko Barbaric,  Medjugorje, Febrero 27 de 1998)



Madre nuestra, regálanos tu mirada maternal para fortalecernos en la fidelidad a la Fe, para contenernos ante los ataques externos, y alcanza para nosotros la templanza, imitando a San José, ante las tentaciones internas que padezca cualquier bautizado, engañado por salidas fáciles, ideologías, herejías y criterios mundanos que se alejen del Evangelio, la moral y los principios que se desprenden de la Revelación Divina, la Tradición y el Magisterio, y que son regalos del Espíritu Santo para la Iglesia.

  Reina de la Paz, gracias por tus Mensajes y la Escuela de Santidad y Amor Materno que nos ayuda a ser fieles a Cristo con un verdadero anhelo de Santidad. Gracias Gospa.


Atentamente Padre Patricio Romero



(Unirse a Gospa Chile)