La materna misericordia de María





La materna misericordia de María




Mensaje, 25 de septiembre de 2005

“¡Queridos hijos! Los llamo en el amor: conviértanse, aunque estén lejos de mi corazón. No lo olviden: yo soy su madre y siento dolor por cada uno que está lejos de mi corazón, pero no los dejo solos. Creo que pueden abandonar el camino del pecado y decidirse por la santidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”




En el Magnificat, Santa María canta la misericordia, el amor alegre de Dios que viene a devolver la felicidad a un mundo entristecido. Ella es la primera Hija de la misericordia de Dios; y a la vez que Hija, es Madre del Dios de misericordia: por eso la llamamos Mater misericordiæ.
Si observamos la actuación de la Virgen María, no del punto de vista del pecador, sino de Dios, constataremos que es de una coherencia perfecta: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que él se convierta y viva”, dice la Sagrada Escritura. ¿Cómo obtener esto? Justamente enviando a alguien en socorro del miserable, de manera que le muestre su triste situación, llevándolo a pedir perdón y el deseo de reparar el mal cometido. Nuestra Señora tiene así perfectamente delineado su papel en el plan de salvación, como un elemento esencial. Es la herramienta que repara las imperfecciones espirituales, el medicamento que cura la enfermedad, el guía que muestra el camino.
Esa alma miserable, que más que otras atrae la ira de Dios, tiene todas las razones para temer un desenlace violento y terrible, en vista de sus pecados. Con él la Virgen actúa, en general, en las horas clave, cuando la inminencia del desastre se anuncia en el horizonte. Cuando las puertas de la tragedia se abren para tragarlo, cuando el infierno ya aparece como un destino sellado, en ese momento la Virgen le muestra que aún hay salida, que el perdón no está excluido si hay conversión, que Ella será madre y defensora, que conseguirá el indulto aparentemente imposible. Ella brillará especialmente para él, pues se trata de refugio, palabra que adquiere entonces todo su sentido confortador. Nada se compara con la defensa que la Virgen Inmaculada emprende en favor de los peores pecadores en esos momentos supremos. Es la gloria de la misericordia en su brillo más completo, buscando la vuelta de la oveja perdida al aprisco.

La Madre de Cristo es el manantial divino de la eterna misericordia desde el misterio de la Encarnación, cuando la gran misericordia del Verbo abraza la naturaleza humana y se hace carne al calor del corazón de María por obra del Espíritu Santo.
Ella proyectando su amor ya abrazando la voluntad y el sufrimiento de  Cristo en la cruz con su ternura de madre, lo sigue proyectando sobre la Iglesia, Cuerpo de Cristo y por lo tanto, sobre nosotros, los pecadores.
Con su Corazón puro y sin pecado, lleno de santidad y fidelidad a Dios,  perdona a Pedro que niega a su Hijo, también perdona  a Judas el traidor y a todos los que con nuestros pecados y tibiezas crucificamos a Cristo en el madero.  Ella con su mirada compasiva y su presencia en Medjugorje, repite las palabras de su Hijo: “Padre, perdónalos…”.
María es camino del perdón. Por eso, nos conduce al Confesionario, a la Eucaristía... El Rosario es camino de oración para alcanzar la misericordia de Cristo y experimentar el amor misericordioso de la Madre.

En María triunfa la Misericordia. Por eso, es privilegiadamente asunta al Cielo en cuerpo y alma, y coronada Reina y Madre de Misericordia.
 San Juan Pablo II nos dejó una gran enseñanza sobre Maria Madre de misericordia, en la Encíclica "Veritaris Splendor" aquí un pequeño extracto:
"El privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre ella y Dios. Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad."

María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.

"Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalmente en Dios es la razón por la que está también tan cerca de los hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza." (Benedicto XVI, Homilía del 8-XII-05)



Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por enviarnos a María y porque en estos tiempos ella nos llama, nos educa y nos guía. Con María, la Reina de la Paz, Te pedimos la fortaleza de Tu Espíritu para poder dejar atrás todo lo que nos impide acercarnos a Ti, oh Padre. También Te pedimos que abras nuestros corazones para poder sentir el amor de María y siempre llevemos en nosotros el deseo de Ti y del Cielo, cooperando así en la tarea de la Salvación. Con María Te pedimos también por todos los que se han cansado, por los que han renunciado al deseo de la salvación, de Ti y del Cielo renazcan ahora por el poder de Tu Espíritu, a fin de que construyan sus vidas según Tu voluntad. Te pedimos el espíritu de oración para todas las personas, para todas las familias, las comunidades, para todos los bautizados. Danos la fortaleza para que nuestra vida llegue a ser una oración y que cada uno de nosotros seamos en todo momento testigos de Tu amor y Tu fortaleza en este mundo. Te lo pedimos por intercesión de la Reina de la Paz y en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.  (Fray Slavko Barbaric , Medjugorje, Agosto 27, 1998)





Atentamente Padre Patricio Romero