La ternura de María

 




La ternura de María





Mensaje, 25 de septiembre de 2005


“¡Queridos hijos! Los llamo en el amor: conviértanse, aunque estén lejos de mi corazón. No lo olviden: yo soy su madre y siento dolor por cada uno que está lejos de mi corazón, pero no los dejo solos. Creo que pueden abandonar el camino del pecado y decidirse por la santidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”




María es, sin duda, una manifestación de la ternura del corazón de Dios. Y esto por dos razones. La primera porque en Ella todo es fruto de la bondad de Dios y así lo proclamó ante su prima Isabel, cuando dijo, “me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”; y la segunda, porque al asociarla Cristo en la obra de nuestra salvación, ella es instrumento de la ternura de Dios en favor nuestro.


En la Biblia, palabras como amor, misericordia, ternura, clemencia, compasión, bondad… son cercanas en su significado y expresan sentimientos que nacen del corazón, que “salen de las entrañas”; por eso, en el evangelio se habla de “la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Luc. 1,78). La ternura de Dios para con nosotros nace de lo más íntimo de su ser.

Algunos textos bíblicos lo ponen de manifiesto como este del profeta Oseas: “Yo enseñé a andar a Efraín, lo llevé en mis brazos. Con cuerdas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas, me inclinaba y le daba de comer […]. ¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte, Israel…? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas” (Os. 11,3-4.8), y también este otro del profeta Isaías: “¿Podrá una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuado” (Is. 49, 15-16). Y el salmo 103: “Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con sus fieles”.

Y como no recordar, en la “parábola del hijo pródigo”, la imagen emocionante del padre que siente en sus entrañas la lejanía y el vacío del hijo insensato que lo abandonó a él y se alejó del calor del hogar. El padre no deja de quererlo y espera que vuelva. Y cuando regresa, en el encuentro, lo primero que brilla es la ternura; el padre llena de besos al hijo que le había despreciado. Luego vendrán múltiples gestos de ternura: vestido nuevo y sandalias nuevas, un anillo, la fiesta, la música, el banquete (Cf. Lc. 15, 11-24). Así es Dios, que a la ternura añade el perdón, la comprensión de nuestra debilidad y la ayuda que necesitamos para recuperarnos.  Sus entrañas le reclaman buscar al hombre y ofrecerle su amistad. Por eso, compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la Virgen María y, hecho hombre, tiende la mano a todos. Como dice el Papa Francisco: “Ocurra lo que ocurra, hagamos lo que hagamos, tenemos la certeza de que Dios es cercano, comprensible, dispuesto a conmoverse por nosotros”.


"...El rostro de Dios tomó un rostro humano, dejándose ver y reconocer en el hijo de la Virgen María, a la que por esto veneramos con el título altísimo de "Madre de Dios". Ella, que conservó en su corazón el secreto de la maternidad divina, fue la primera en ver el rostro de Dios hecho hombre en el pequeño fruto de su vientre. La madre tiene una relación muy especial, única y en cierto modo exclusiva con el hijo recién nacido. El primer rostro que el niño ve es el de la madre, y esta mirada es decisiva para su relación con la vida, consigo mismo, con los demás y con Dios; y también es decisiva para que pueda convertirse en un "hijo de paz" (Lc 10, 6). Entre las muchas tipologías de iconos de la Virgen María en la tradición bizantina, se encuentra la llamada "de la ternura", que representa al niño Jesús con el rostro apoyado —mejilla con mejilla— en el de la Madre. El Niño mira a la Madre, y esta nos mira a nosotros, casi como para reflejar hacia el que observa, y reza, la ternura de Dios, que bajó en ella del cielo y se encarnó en aquel Hijo de hombre que lleva en brazos. En este icono mariano podemos contemplar algo de Dios mismo: un signo del amor inefable que lo impulsó a "dar a su Hijo unigénito" (Jn 3, 16). Pero ese mismo icono nos muestra también, en María, el rostro de la Iglesia, que refleja sobre nosotros y sobre el mundo entero la luz de Cristo, la Iglesia mediante la cual llega a todos los hombres la buena noticia: "Ya no eres esclavo, sino hijo" (Ga 4, 7), como leemos también en san Pablo...

...Es importante ser educados desde pequeños en el respeto al otro, también cuando es diferente a nosotros. Hoy en las escuelas es cada vez más común la experiencia de clases compuestas por niños de varias nacionalidades, aunque incluso cuando esto no ocurre, sus rostros son una profecía de la humanidad que estamos llamados a formar: una familia de familias y de pueblos. Cuanto más pequeños son estos niños, tanto más suscitan en nosotros la ternura y la alegría por una inocencia y una fraternidad que nos parecen evidentes: a pesar de sus diferencias, lloran y ríen de la misma manera, tienen las mismas necesidades, se comunican de manera espontánea, juegan juntos... Los rostros de los niños son como un reflejo de la visión de Dios sobre el mundo. ¿Por qué, entonces, apagar su sonrisa? ¿Por qué envenenar su corazón? Desgraciadamente, el icono de la Madre de Dios de la ternura encuentra su trágico opuesto en las dolorosas imágenes de tantos niños y de sus madres afectados por las guerras y la violencia: prófugos, refugiados, emigrantes forzados. Rostros minados por el hambre y las enfermedades, rostros desfigurados por el dolor y la desesperación. Los rostros de los pequeños inocentes son una llamada silenciosa a nuestra responsabilidad: ante su condición inerme, se desploman todas las falsas justificaciones de la guerra y de la violencia. Solamente debemos convertirnos a proyectos de paz, deponer las armas de todo tipo y comprometernos todos juntos a construir un mundo más digno del hombre...."

(Benedicto XVI, Viernes 1 de enero de 2010)




Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por enviarnos a María y porque en estos tiempos ella nos llama, nos educa y nos guía. Con María, la Reina de la Paz, Te pedimos la fortaleza de Tu Espíritu para poder dejar atrás todo lo que nos impide acercarnos a Ti, oh Padre. También Te pedimos que abras nuestros corazones para poder sentir el amor de María y siempre llevemos en nosotros el deseo de Ti y del Cielo, cooperando así en la tarea de la Salvación. Con María Te pedimos también por todos los que se han cansado, por los que han renunciado al deseo de la salvación, de Ti y del Cielo renazcan ahora por el poder de Tu Espíritu, a fin de que construyan sus vidas según Tu voluntad. Te pedimos el espíritu de oración para todas las personas, para todas las familias, las comunidades, para todos los bautizados. Danos la fortaleza para que nuestra vida llegue a ser una oración y que cada uno de nosotros seamos en todo momento testigos de Tu amor y Tu fortaleza en este mundo. Te lo pedimos por intercesión de la Reina de la Paz y en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.  (Fray Slavko Barbaric , Medjugorje, Agosto 27, 1998)